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Más, mejor que menos

Ampliar el abanico de candidatos es saludable. Hay de todo, como en miscelánea de pueblo.

Gabriel Silva Luján
Están diluviando candidaturas. Torrenciales aguaceros políticos inundan de aspiraciones presidenciales el escenario electoral. Y casi todas dependiendo del bolígrafo. En el caso del Centro Democrático, del bolígrafo de Uribe. En los demás casos, del bolígrafo de los ciudadanos. Esas aspiraciones dependen de que un transeúnte se decida, entre un mordisco de empanada y un sorbo de jugo de naranja, a firmar algo que realmente no sabe qué significa.
Me paré en una concurrida esquina de Bogotá y me abordaron cerca de cinco peticionarios solicitándome una firmita para apoyar la paz, para volver a la guerra y también para reformar la salud, defender a los pensionados, proteger los derechos de los animales y muchas otras cosas... Solo uno de los solicitantes, una linda jovencita, me admitió que, efectivamente, si firmaba le permitiría inscribirse a uno de los veinte y pico precandidatos presidenciales. Esta jovencita –que evidentemente nunca había ejercido su derecho al sufragio– no recordaba bien para cuál de todos los aspirantes trabajaba. Mientras yo rechazaba cortésmente las solicitudes de poner la rúbrica, mis contertulios de esquina firmaban a diestra y siniestra todas las planillas.
La situación descrita ha despertado un saludable debate sobre el proceso electoral en curso. La mayoría de los analistas deploran el fenómeno de la multiplicidad de precandidatos. También critican los opinadores la forma como esperan dichos aspirantes obtener la legitimidad y la legalidad necesarias para poder inscribirse. Me da pena discrepar de muchos colegas politólogos y columnistas, pero, al contrario de lo que se dice, creo que esa situación es muy favorable para la democracia colombiana. De hecho, esa capacidad que tiene nuestro país de generar candidatos viables, con talento y potenciales habilidades como jefes de Estado, es una fortaleza del sistema electoral colombiano, como me lo enseñó mi maestro Fernando Cepeda.
En materia de candidatos, más es mejor. Ampliar el abanico –cuantitativamente–, incluso a los extremos inéditos que estamos observando en esta coyuntura, es saludable. Hay de todo, como en miscelánea de pueblo. Según la teoría de juegos, la ampliación del espectro de opciones genera una serie prácticamente infinita de posibles combinaciones. El elector tiene de dónde elegir y combinar las opciones disponibles para encontrar una respuesta que le satisfaga.
Cualitativamente, la gran mayoría de los que han anunciado su aspiración podrían ser buenos o muy buenos presidentes de la República. Obviamente, lo digo desde su preparación y desde su capacidad de gobernar, sin que eso implique avalar sus ideologías o propuestas, lo cual es un tema diferente.
Hombres como Iván Duque o Carlos Holmes Trujillo en el uribismo, tipos como Fajardo, mujeres como Clara López en la izquierda o liberales como Juan Manuel Galán –y la mayoría de los restantes– tienen condiciones más que suficientes para administrar los destinos de la nación. Y los que suenan como ‘gallos tapaos’, sin duda, también. Otra cosa es que discrepemos de sus ideas, pero, precisamente, de eso se trata la contienda presidencial.
Me atrevería a decir que la democracia colombiana ha sobrevivido, en sus prácticamente ya dos siglos de existencia, gracias a su capacidad de generar líderes y jefes de Estado que, pese a todo, no han pertenecido a la franja lunática. Algo muy diferente de lo que tristemente ha ocurrido con la mayoría de los hermanos latinoamericanos.
Dictum. La justicia espectáculo no solo comete arbitrariedades con hombres probos, sino que garantiza que las nuevas generaciones desprecien el servicio público.
GABRIEL SILVA LUJÁN
Gabriel Silva Luján
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