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Las consecuencias del huracán

El verdadero pacto nacional por la paz se construye con un acto de generosidad, donde realmente el objetivo mutuo sea cerrar la guerra, que tanto dolor ha causado.

Sin duda, la presencia inusual del huracán Matthew en la costa Caribe de Colombia creó desastres de todo tipo, entre ellos un terremoto electoral. Nadie podía predecir que ese fenómeno climático tendría un efecto tan devastador sobre los resultados del plebiscito. Pero así fue, esa es la democracia. Hay que tragarse el sapo de la victoria del No y mirar hacia delante.
Como hombre de Estado que es, el presidente Santos asumió con absoluta serenidad y apertura el mandato de las urnas. Por lo demás, como lo dice Guillermo Perry, en la práctica fue un empate que, por sus características, no dejó vencedores ni vencidos.
Hay que reconocer que el expresidente Álvaro Uribe y los dirigentes del Centro Democrático han demostrado en las primeras de cambio una actitud seria y responsable. Ambos bandos saben que si la paz fracasa, todos pierden. Solo los cínicos pueden creer que el regreso a la guerra le sirve al país. Desafortunadamente, ese escenario no es descartable.
El huracán que ocurrió dejó secuelas, pero duraron poco gracias al tsunami del Nobel de la Paz otorgado al Jefe del Estado. Ese fue un mensaje poderoso, de la mayor trascendencia, que esperamos sea leído como corresponde por los dirigentes y por nuestros conciudadanos. Otro empate.
La comunidad internacional se pronunció con contundencia. Las consecuencias de no seguir adelante son miles de muertos que se podrían evitar. También significa el regreso a ser vistos como un país paria.
Si están empatados los del Sí y los del No –en el terreno político–, hay que recurrir a los penaltis o jugar todos en el mismo equipo. Esa es la parte complicada. Porque el huracán desató un proceso político que se traslapa, por razones de cronograma, con las elecciones del 2018 y que amenaza peligrosamente la continuidad del proceso de paz.
De allí que Santos –con toda la razón– insista en que el diálogo nacional por la paz tiene que ser breve, concreto y al punto. No es políticamente correcto –rayando con la ingratitud a la patria– aprovecharse de ese llamado a la convergencia que hizo el presidente Santos para propósitos electorales y egoístas de corto plazo.
Nadie se puede llamar a engaños. Creer que la política sigue igual después del huracán plebiscitario es una ingenuidad. Las consecuencias no son menores. Se barajó el naipe y la repartida de las cartas va a estar peliaguda. Pero a nadie se le puede olvidar que el dueño del casino es el primer mandatario.
El verdadero pacto nacional por la paz se construye con un acto de generosidad, en el que realmente el objetivo mutuo sea cerrar la guerra que tanto dolor ha causado. Está bien que existan aspiraciones, que empiecen a tratar de meterse en el partidor, que hagan fintas y jugadas. Pero todos los que aspiran a suceder a Juan Manuel Santos tienen que saber que el costo de boicotear la paz es la inviabilidad electoral y política.
Por eso, lo que mejor les sirve a todos es la lealtad con el país y con la paz. Esa es la base de un pacto nacional por la reconciliación. Que todos sepan que nadie que le haga zancadillas al proceso tiene futuro. El único futuro, el único posible, es la paz.
Dictum. Quien lleve a Colombia de regreso a la guerra cargará sobre sus hombros la tragedia de otros cien años de soledad. Y eso no lo perdonarán los colombianos.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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