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La ‘venezuelización’ de la política

La de Uribe es una provocación que pone a Colombia en riesgo.

En las épocas del terrorismo de los carteles, los políticos de los países vecinos simplificaban su temor a lo que veían diciendo que se tenía que evitar la “colombianización”. Muchas veces se dijo que Centroamérica, México, Venezuela o Panamá se estaban pareciendo cada vez más al caos que en ese entonces era nuestra patria. Ahora estamos en la posición contraria. La crisis venezolana está, poco a poco, colonizando la política y el debate electoral en Colombia. Esa situación genera graves consecuencias para la estabilidad regional y nuestra seguridad nacional.
No deja de sorprender que Álvaro Uribe Vélez –en teoría un hombre de Estado– envíe una invitación explícita a la Guardia Nacional venezolana y a las milicias chavistas para darle un golpe de mano a Maduro. Se fue a la frontera a convocar una insurrección armada para que los eventuales sublevados asuman el poder por la fuerza. ¿Qué esconde ese clamor uribista a la desobediencia militar en el vecino país? Claramente, el expresidente no es ajeno a las tesis de la extrema derecha. En el arsenal de su talante dictatorial, nunca ha desechado la insurrección armada como un vehículo legítimo para hacerse con el poder. Predica a Venezuela lo que hubiese querido hacer a este lado de la frontera ante el fracaso institucional de sus pretensiones reeleccionistas.
Más perverso aún es que, frente a la consolidación de los acuerdos de reconciliación y a un país cansado de la dicotomía paz o guerra, a Uribe se le viene agotando el discurso. Ahora quiere sacarle punta a la crisis venezolana ante la opinión nacional. No olvidemos que el fantasma de las Farc dejó de ser una bandera creíble –es casi que risible–, y por eso ha enfilado sus baterías retóricas hacia Maduro. Como buen manipulador que es, frente al fracaso del dilema paz o guerra como estandarte de batalla electoral, y ante el descrédito que produce hoy la maniquea tesis de que el castrochavismo se tomará este país, necesita nuevos enemigos.
Sin enemigo, el uribismo no existe, y han escogido al peor de todos, al presidente Maduro. La invitación a una insurrección armada violenta en Venezuela por parte de un expresidente de la República es, sin duda, un acto de agresión a la soberanía de ese país. Eso es así, independientemente de que todos detestemos al genocida que ha sumido al bravo pueblo en el horror de la dictadura, el hambre y la violencia de Estado.
La de Uribe es una provocación que pone a Colombia en riesgo. Si dicha incitación es interpretada como una amenaza objetiva a la seguridad nacional venezolana, Maduro encontraría la disculpa perfecta para una agresión militar contra Colombia, lo cual viene considerando hace rato. De estallar una conflagración bélica binacional, Uribe será claramente el responsable de –por dárselas de duro por razones electorales– someter al país a una guerra que, además, entronizará a Maduro para sécula seculórum. Ese sí es el castro-chavismo. Es el mismo caso de lo que ocurrió en Cuba, donde las agresiones gringas le dieron a Fidel Castro la excusa perfecta para asumir una dictadura plenipotenciaria.
Sin duda, la crisis en Venezuela es un tema ineludible en el debate electoral. Nos debemos preparar para que un millón de venezolanos lleguen al país como refugiados políticos y económicos. No es un asunto menor. La diferencia es si esa crisis se usa para sumar votos por la vía del narcisismo electoral o se analiza serenamente como un problema de política pública. Una razón más para que el uribismo no se tome el poder.
Dictum. Las actitudes y las palabras tienen consecuencias, en la política y en el amor.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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