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Guerras paralelas

La Fed no tiene alternativa que anticiparse a contener la demanda que se está desbordando.

El presidente Trump ha abierto otro frente de batalla en sus múltiples guerras paralelas. Se trata de un ataque frontal al Federal Reserve, el banco central de los Estados Unidos, por sus recientes incrementos en las tasas de interés. En tweets y declaraciones, el mandatario estadounidense acusa a esa entidad de tratar de frenar la economía, e insinúa una motivación política destinada a perjudicarlo a él y su partido en las elecciones legislativas del próximo noviembre.
No confía en las conclusiones de sus servicios de inteligencia y ahora arroja un manto de sospecha sobre el que es considerado uno de los bancos centrales más serios, independientes y eficaces en el mundo. Prácticamente, todos los analistas senior están horrorizados ante esa inusual interferencia del Ejecutivo, con un tinte eminentemente político, en el proceso de toma de decisiones de la Fed.
La anunciada línea de acción de la Reserva Federal es perfectamente legítima si se quiere evitar una espiral inflacionaria en la economía gringa. Gracias al coraje de Obama y de la propia entidad, los Estados Unidos pasaron de una crisis financiera de las peores de la historia a una recuperación vibrante que ha llevado al país prácticamente al pleno empleo.
La Fed no tiene alternativa que anticiparse a contener la demanda que se está desbordando, en parte por la reducción de impuestos a los más ricos promovida por Trump y ante la evidente irresponsabilidad fiscal que se observa en las erráticas ideas del ‘presidente cowboy’ sobre el manejo de la inversión pública.
Y todo parecería indicar que piensa seguir por ese camino, no solo desinstitucionalizando el manejo económico de su propio país, sino desatando una guerra cambiaria global que apoye su ya perniciosa guerra comercial, rechazada por la mayoría de la industria nacional.
Ha acusado a China y Europa de manipulación cambiaria supuestamente para contrarrestar el incremento de los aranceles estadounidenses, desconociendo el axioma de que intereses altos y crecimiento traen capitales con la consecuente revaluación de la moneda, en particular cuando la mayoría de los países desarrollados tienen tasas de interés reales negativas. No sorprendería que esté preparando sanciones cambiarias, como lo permite una ley gringa que nunca se ha usado.
Ese nuevo frente de guerra global debe hacernos particularmente sensibles a cualquier brote criollo de populismo monetario o cambiario. La independencia del Banrepública es uno de los grandes logros de la Constitución de 1991 y ha llevado a una situación de estabilidad sin precedentes en nuestra historia.
Preocupa que haya voces en la derecha y en la izquierda local que quieren meterle mano al régimen monetario y cambiario nacional, con un dirigismo que sería fatal. Igualmente, inquieta la “gremialización” del gabinete –aunque los designados ministros en su inmensa mayoría son gente muy preparada y capaz–; en todo caso, su origen institucional anterior como representantes de intereses privados obliga a vigilar, con ojo avizor, que la política monetaria, cambiaria y fiscal no derive en pujas sectoriales, como lo fue en las épocas de la Junta Monetaria. La designación de Alberto Carrasquilla como Minhacienda es una garantía en ese sentido.
La ola mercantilista y el populismo económico de derecha empiezan a ascender y a dispersarse internacionalmente como reacción a las políticas de Trump. La crisis se agudiza con las recientes amenazas en el frente cambiario.
Dictum. La ramplonería grosera de algunos miembros del Centro Democrático con actitudes y palabras soeces, el 20 de julio, no se compadece de las buenas maneras parlamentarias.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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