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Et tu, Brute?

Dado que Julio César logró la paz y la derrotó en Roma, inventaron que su objetivo era la tiranía.

William Shakespeare inmortalizó las últimas palabras de Julio César cuando caía apuñalado en el Senado de Roma, traicionado por un grupo de padres de la patria, entre los que se encontraba su mejor amigo y protegido, Marcus Junius Brutus. ¿Tú también, Brutus?, dijo el César ante su asombro por la inesperada magnitud de la ingratitud humana. Las razones de los traidores para asesinarlo no solo eran sus rastreras ambiciones de poder, sino, ante todo, las fantasías que ellos mismos se hicieron y alimentaron sobre el futuro del Imperio.
Dado que Julio César logró la paz y la derrotó a los enemigos de Roma, inventaron que su objetivo real era la tiranía. Algo parecido a lo que pasa hoy en la política colombiana. La torcida interpretación de que Santos ha conseguido la entrega de las Farc para permitir el ascenso del castrochavismo y la toma del poder por parte de ese grupo guerrillero es tan demencial como las elucubraciones de los que traicionaron al gran soldado de Roma. Prefieren no ver la realidad de la transformación que ha traído la reconciliación para el pueblo colombiano.
Al expresidente César Gaviria, a quien admiro profundamente, se le fueron las luces en la convención del Partido Liberal, afirmando que Santos tiene candidatos tapados y que, hágame el favor, al primer mandatario lo anima una secreta pasión por la candidatura de Germán Vargas Lleras. Esa calentura liberal fue flor de un día cuando el propio Cambio Radical anunció que pretende apuñalar por la espalda –como Brutus– el proceso de paz y patear el tablero de las elecciones presidenciales.
Las quejas del presidente Gaviria sobre la participación del liberalismo en el gobierno de Santos sonaron oportunistas –me imagino que para darle gusto a Horacio Serpa– descalificando a un gobierno en el que paradójicamente los dos candidatos liberales que se sometieron a la institucionalidad partidista, Humberto de la Calle y Juan Fernando Cristo, fueron precisamente los principales catalizadores políticos de la actual administración. Gaviria es defensor de la paz –y ha sido de los más comprometidos–, pero paradójicamente al mismo tiempo resiente la obra de gobierno de Santos.
Si existiera la medalla Marcus Junius Brutus, se le debería otorgar al exvicepresidente Vargas Lleras en grado de gran caballero. Como varios lo han dicho, es inaudito que quien se sentó cómodamente en el consejo de ministros y no se le escapaba un Conpes, un debate interno en la asignación de cargos o una inauguración, ahora evada su responsabilidad política frente al proceso de paz. Participar en un gobierno no da el derecho a disfrutar de las prebendas y luego hacerse el loco con las obligaciones. En contraste, De la Calle, como vicepresidente de Samper, actuó con absoluta integridad y renunció cuando no compartió el curso de los acontecimientos.
La lógica de Vargas Lleras la describió Ricardo Silva Romero en su reciente columna: “Quizás la meta sea acabarle al Centro Democrático el monopolio del miedo”. Se podría decir también que el propósito de los candidatos de la paz es apropiarse de la esperanza que regresó con el fin del conflicto. Se ha puesto de moda estar con la paz y oponerse al actual gobierno. Brutus, por la pluma de Shakespeare, se justifica diciendo: “No es que amara menos a Julio César, es que amo más Roma”. La disculpa de los conspiradores siempre será la misma.
Dictum. Por lo menos a los proyectos del posconflicto –erradicación, reinserción, justicia especial, asistencia a excombatientes y demás– no se les deberían aplicar las restricciones electorales al régimen de contratación. Eso es meter el proceso de paz en el congelador.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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