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El síndrome de Nostradamus

Un escepticismo irracional sobre el futuro de la humanidad se está tomando el mundo.

Gabriel Silva Luján
El afán por conocer qué nos depara el futuro es tan antiguo como el origen de la humanidad. La historia está llena de adivinos, videntes, profetas y apocalípticos que han anunciado la secuencia de males que terminarán por destruir el mundo. En los momentos más aterradores del acontecer humano –las pestes, las guerras, las hambrunas, la persecución, los genocidios– se identifica a ciertos genios y personajes que supuestamente predijeron dichos desastres.
El oscurantismo no se denomina así por accidente. Se trataba de suprimir la luz, evitar la diseminación del conocimiento y anular el pensamiento crítico. Durante buena parte de nuestra historia, la razón y la ciencia fueron una herejía. Muchos cayeron en las manos asesinas de la intolerancia inquisidora. Pero no fue solamente el cristianismo que arrasó con tanta sabiduría en las hogueras; también la intolerancia extremista del islam destruyó varias de las culturas intelectuales más enriquecedoras.
Es comprensible que la gente ande perpleja ante la espiral de fenómenos naturales, políticos y sociales tan ominosos. Al huracán Odebrecht se le suman Katia, Irma y José, que con fuerza incontenible han sumido a buena parte del continente en la desoladora catástrofe que trae el calentamiento global. Y ahora nos golpea uno de los sismos más fuertes registrados en Centroamérica y México. Para no hablar de la posibilidad de que se desate un holocausto nuclear.
Ante esa cadena de catastróficos eventos, es difícil no creer que el fin está cerca. Sin desconocer que la acumulación de eventos recientes alimenta el pesimismo, es paradójico observar que en momentos en que la ciencia, las comunicaciones y las tecnologías modernas comandan la vida humana esté surgiendo un neoscurantismo en gran medida alimentado por los propios engendros de la modernidad, como el internet y las redes sociales.
Una revisión de lo que ahora llaman ‘trending’ en mercadeo digital; es decir, la identificación de cuáles asuntos mueven el ‘diálogo’ entre los habitantes del ciberespacio –que son más de la mitad de los ciudadanos del planeta– revela que está disparada la convicción de que el mundo se va a acabar. Un escepticismo irracional sobre el futuro de la humanidad se está tomando el mundo. El nihilismo –la convicción de que la vida, los valores, los propósitos y la existencia misma carecen de sentido– está colonizando el ánimo colectivo de la humanidad. De allí que para muchos no quede opción distinta al egoísmo, el nacionalismo, el desespero, el hedonismo, la superficialidad o la indiferencia.
En un escenario donde los desafíos que enfrentamos, por su magnitud, son inevitablemente globales y prácticamente ningún actor estatal, social o político por sí solo, tiene capacidad real o voluntad de incidir de manera decisiva en la solución de los principales problemas de la humanidad, la irracionalidad y el parroquialismo –otra vez– están conquistando el mundo. Es el síndrome de Nostradamus. La supuesta inevitabilidad de la tragedia conduce a la parálisis del pensamiento y de la acción. Y esa actitud colectiva es la mejor manera de garantizar que las catástrofes sí ocurran.
Dictum. “María es el primer resplandor que anuncia el final de la noche y, sobre todo, la cercanía del día... En comunidades donde todavía arrastramos estilos patriarcales y machistas, es bueno anunciar que el Evangelio comienza subrayando mujeres que marcaron tendencia... José, hombre justo, no dejó que el orgullo, las pasiones y los celos lo arrojaran fuera de esa luz... Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz”. Francisco.
GABRIEL SILVA LUJÁN
Gabriel Silva Luján
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