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Fútbol: pasión inútil

Si la Selección pierde, no sufro. Si la Selección gana, me da igual. Y, créanme, vivo más tranquilo.

Ni el 20 de julio, ni el 7 de agosto ni nunca se ve tanto entusiasmo patrio como el que se toma las calles de Colombia en tiempos de cualquier torneo que involucre a la selección de fútbol. Ya no hay Santos, ni amenaza de guerra urbana ni recolección de firmas de Uribe que divida a los colombianos. De repente, el ruido que acompaña el día a día de nuestro país se silencia y, como si se tratara de la presentación de una orquesta sinfónica, empieza la melodía de las banderas que ondean en las ventanas, mientras que millones de personas que se ponen la camiseta amarilla y los carros, buses y motos son adornados con el tricolor nacional para animar a los muchachos del equipo de fútbol que representa al país en un torneo cualquiera.
Es como si nos jugáramos la vida, como si del triunfo de la selección dependiera un mejor mañana. Es sorprendente, pero da la impresión de que el resultado de un partido pudiera hacer la diferencia entre una Colombia condenada a la violencia y la injusticia o una en la que todo va bien sin pobreza e inequidades.
Cada vez que hay un partido de la selección Colombia parece el nacimiento de un nuevo día patrio en el que todo el país se une en torno a un esfuerzo único. La gente enloquece, grita y hace sonar las trompetas. El público sufre y celebra, mientras lanza madrazos estúpidos a la pantalla de un televisor que jamás va a responder.
Craso error: el fútbol es una pasión inútil. Nada cambia con la selección, así gane o pierda.
Por eso, desde hace mucho tiempo decidí apartarme de esa histeria colectiva que invade a gran parte de mis compatriotas cuando juega el onceno colombiano. No me desgasto en pensar si Pékerman hace un buen o mal trabajo. No me inquieta si James está dejando el ciento por ciento de su potencial en la cancha, porque a fin de cuentas lo que ellos hagan o dejen de hacer poco va a servir para llenar la nevera de mi casa o pagar las deudas que me esperan en el banco.
Si la Selección pierde, no sufro. Si la Selección gana, me da igual. Y, créanme, vivo más tranquilo.
¿Que el fútbol sirve para evadirse de la cruel vida que nos tocó llevar a cada uno? Seguro que sí, pero no sé si hemos llevado al extremo esa puerta de escape a la realidad que nos ofrece el fútbol. ¿No es exagerado todo el ruido que se genera en torno a unos muchachos y su entrenador? ¿No se nos ha ido la mano en aceptar tanta anestesia comercial?
Tal vez sea necesario ponerse a pensar en qué es lo que hace tan indispensable al fútbol para nuestra existencia, mientras otros deportes reciben apenas un famélico respaldo de los colombianos.
¿No será que los poderosos y multimillonarios patrocinadores de la selección son un gran incentivo para que los medios hablen más de fútbol que de otra cosa? ¿No será que es más conveniente tenernos hablando de fútbol, selecciones y torneos, antes que de asuntos más delicados para nosotros los colombianos de a pie?
No voy a desarrollar una teoría de la conspiración alrededor del fútbol. Eso sería otra tontería, pero algo sí puedo decir: es la Colombia llena de injusticia, corrupción y violencia la que necesita que nos pongamos la camiseta y salgamos masivamente a la calle para cambiar las cosas, porque ganándole mañana a Chile nada va a cambiar.
* * * *
#PreguntaSuelta: ¿será que Claudia López no volverá a lanzarse al Senado porque se dio cuenta de que allí poco se puede hacer para cambiar el país?
Juan Pablo Calvás
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