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Nuestro trauma social

Dentro de esta polarización es muy difícil llegar a la verdad de las víctimas.

La revista Semana publica un sensato análisis de Joaquín Villalobos sobre la polarización que, después de un exitoso proceso de paz, ha llevado a El Salvador a la parálisis económica, la crisis política y la catástrofe social. El texto muestra la equivocación de las élites que llevaron al país a la polarización y advierte que en Colombia puede pasar lo mismo.
En sociología, una situación así se caracteriza como trauma social. Porque no es la polarización causada por la confrontación de ideas, sino la que se origina en hechos espantosos que nunca pueden olvidarse y cambiaron definitivamente la vida de la comunidad.
Los hechos horrorosos entre nosotros vienen, por lo menos, de la guerra de los Mil Días; a ellos se suman la barbarie de la Violencia y todos los del conflicto armado interno entre guerrilla, Ejército y paramilitares en masacres, secuestros, desapariciones, asesinatos extrajudiciales, minas antipersonas, ‘falsos positivos’, desplazamientos masivos, despojos. Y como combustible, la coca y el narcotráfico criminal, metido además en la política regional.
Pero, por terribles que sean estos hechos, ellos no producen solos el trauma social. Para que este se dé, se requieren las resignificaciones –la forma como cuentan el cuento– que a partir de los hechos realizan grupos de poder e incidencia social con capacidad y determinación de controlar el sentido de lo ocurrido, porque están en juego dolor y reivindicaciones, pero también intereses y proyectos.
Estas resignificaciones compiten entre sí y, como en la base de ellas hay una tragedia humana tremenda, la competencia no es simplemente ideológica, sino que se torna dramática porque está cargada de pasiones, de sufrimiento y miedos. Por eso se da el efecto propio del trauma colectivo: la destrucción del ‘nosotros’ que deberíamos ser como nación.

Debemos conseguir de nuevo un ‘nosotros’ y ganar colectivamente una nación llena de sentido para todos

Como consecuencia, nuestras conversaciones de familia y entre amigos se inflaman en tensiones y rabias cuando se pasa a hablar del proceso de paz, de la política, del país y hay que cambiar de tema para no romper la relación. Hablamos entonces de otra cosa, pero todos sabemos que nos separan, o nos tragan, apreciaciones, lealtades, interpretaciones, dolores y miedos.
Y lo dramático es que, dentro de esta polarización, es muy difícil llegar a la verdad de las víctimas y al conocimiento de todo “lo que nos pasó”. Porque las interpretaciones invaden el universo cultural en los medios de comunicación, las iglesias, las instituciones, los movimientos populares, las mesas de familia.
El trauma social es distinto del psicoanalítico. En este, la persona espantada por el hecho brutal reprime lo que le pasó y distorsiona la memoria del evento. De manera que la verdad queda solo en el inconsciente y el trauma es la ansiedad por mantener reprimido el hecho terrible, que seguirá molestando mientras haya trauma. El aporte psicoanalítico es iluminador, pero deja de lado la mediación de la cultura cuando es traumatizada por fuerzas capaces de controlar y cambiar el sentido, es decir, de deformar la memoria, alimentar temores, escapar de responsabilidades. Y es eso lo que precipita el trauma social y lo que alimentan las élites polarizadoras.
Superar esta situación implica identificar racionalmente la verdad de tanto sufrimiento, poner a las víctimas en el centro, establecer serenamente las responsabilidades morales significativas de todos los lados, compartir y reparar los sufrimientos, sin excluir a nadie; conseguir de nuevo un ‘nosotros’ y ganar colectivamente una nación llena de sentido para todos.
Necesitamos para esto un empujón externo que nos ayude a empezar. Ojalá el Papa pueda conseguirlo en su visita.
Nota: una buena contribución al tema del trauma social es el libro de J. C. Alexander 'Trauma: a Social Theory' (Polity Press, 2012).
FRANCISCO DE ROUX
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