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Francisco, el Papa jesuita

Colocado en el corazón de la Iglesia, el jesuita sabe que está al servicio de la comunidad humana.

Francisco de Roux
La visita del Papa es para el pueblo católico de Colombia una fiesta espiritual para acrecentar la fe y ganar en fraternidad, una oportunidad de unión en la esperanza con quienes, desde otras religiones y caminos, buscan el sentido profundo de la vida y, para todas y todos, un momento único para reconciliarnos más allá de las polarizantes luchas políticas.
Para comprender mejor al Papa hay que tener en cuenta su dimensión jesuita, con lo que tiene de valor y de límite. Tuvo una seria formación espiritual y fue maestro de novicios, con disciplina universitaria fue profesor y rector del centro de estudios de teología y filosofía, y después provincial de los jesuitas de Argentina. Participó en las controversias y búsquedas de sus compañeros después del Concilio. No aceptó el método marxista para analizar problemas sociales, pero siempre estuvo con los pobres y contra el consumismo capitalista y las desigualdades.
Ser jesuita significa reconocer la presencia actuante de Dios en todos los seres humanos y en los acontecimientos del universo. Y tener conciencia de que uno no posee a Dios para llevarlo a la gente que no lo tiene, sino que la tarea es colaborar con Dios, que ya está abriéndose paso en toda mujer y todo hombre, no importan sus creencias, para ayudar a todos a ser mejores seres humanos. Por eso el respeto de Francisco por las personas.
Ser jesuita es estar en continuo discernimiento de lo que nos quiere decir Dios en esta historia, desde la perspectiva de Jesús: desprendido de intereses de riqueza, poder y prestigio; compasivo con los excluidos y las víctimas de las guerras; misericordioso con quien se equivoca, apasionado por la justicia, entregado a la paz y la reconciliación, y llevado por el amor que da la vida por los demás.

Ser jesuita es estar en continuo discernimiento de lo que nos quiere decir Dios en esta historia, desde la perspectiva de Jesús: desprendido de intereses de riqueza, poder y prestigio

Y Francisco todos los días hace este discernimiento que le muestra al jesuita la propia fragilidad ante el desafío. Es un pecador. Necesita de la fuerza de Dios y del apoyo de los demás para ser fiel a la tarea. Por eso pide que oremos por él.
Colocado en el corazón de la Iglesia, el jesuita sabe que la Iglesia está al servicio de la comunidad humana. Por eso, Francisco busca el bien común, el de la ética política grande, lejana de rivalidades grupales, que nos exige luchar para que todos tengan las condiciones para vivir en dignidad. E invita a sus compañeros a sentir con la Iglesia en la alegría del Evangelio, no para justificar posiciones discutibles sino para abrir, en ella y con ella, el espacio para el Espíritu.
El día que entró de jesuita, Jorge Mario Bergoglio aceptó unirse para siempre a un grupo de “hombres despojados de sus propios afectos, muertos a sí mismos para vivir para la justicia...”. Y respondió afirmativamente cuando le preguntaron si tenía “el deseo de aborrecer en todo y no en parte cuanto el mundo ama y abraza, y de admitir y desear con todas sus fuerzas posibles cuanto Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado”. Y aceptó que “en contra de honores, fama y estimación de mucho nombre en la Tierra deseaba intensamente vestirse de la misma librea de su Señor... hasta pasar injurias, falsos testimonios, afrentas y ser tenido y estimado por loco (no dando ocasión alguna de ello) por desear parecer e imitar en alguna manera a Jesucristo”.
Este es Francisco, quien invitó a sus compañeros jesuitas en noviembre pasado a llegar a las periferias a donde otros no llegan, a tener como propio el consolar al pueblo fiel y ayudar con el discernimiento a que “el enemigo de natura humana” no nos robe la alegría. A estar presentes en los lugares donde hay dolor. A llevar la misericordia a los más pobres, a los pecadores, a los “sobrantes” y crucificados; a buscar la verdad con seriedad, libertad y coraje, y a estar al lado de los que sufren la injusticia y la violencia.
FRANCISCO DE ROUX
Francisco de Roux
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