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Contra la indiferencia

Tenemos que sembrar en nosotros, en los jóvenes, en los niños, el sueño de vivir en paz. Y habrá que continuar una ardua lucha contra quienes persisten en matar la esperanza.

Francisco Cajiao
El próximo esfuerzo que desafía nuestra inteligencia y nuestra imaginación es vencer la indiferencia que se ha enquistado en el alma de gran parte de la sociedad. La gran mayoría de los colombianos está de acuerdo con la terminación de la guerra y seguro en el plebiscito del 2 de octubre se impondrá el Sí.
Pero siento que tanta muerte y tantos horrores no han logrado tocar el corazón de las grandes masas urbanas que no padecieron nunca la guerra como quienes han estado abandonados por décadas en los campos. Bien han hecho el Gobierno, los negociadores de La Habana y decenas de políticos y académicos para explicar el contenido de los acuerdos, de manera que podamos comprender que el resultado de cuatro años de negociaciones no fue para entregar el país a un grupo que durante medio siglo estuvo en rebeldía contra el Estado.
Se ha hecho un gran esfuerzo para lograr que se conozca la verdad de lo acordado, por encima de desinformaciones, tergiversaciones y vulgares mentiras de sectores que por razones difíciles de entender se han dedicado a anunciar grandes desgracias y el derrumbe de una democracia que suponen perfecta en su confusa imaginación.
Es curioso ver lo cerca que están el Centro Democrático y el Eln en su actitud refractaria frente a un país que quiere superar la guerra. Es imposible conversar con sus líderes. Y, por desgracia, ambos consiguen notables resultados minando el entusiasmo de muchos ciudadanos en contraste con el que se siente en la comunidad internacional.
Para la consolidación de una paz duradera en el curso de las próximas décadas no serán suficientes la firma y ratificación de los acuerdos. Más que eso, se necesitan entusiasmo, comprensión emocional de lo que significa dejar las armas como instrumento de la política y valoración de la vida por encima de todas esas cosas etéreas y confusas que los fanáticos doctrinarios defienden como ‘principios’. Sobre el gran mito de los principios se han consumado enormes genocidios a lo largo de la historia.
Dom Hélder Cámara, arzobispo de Recife en épocas de la dictadura militar brasileña (1964-1985), decía: “Cuando sueñas solo, sólo es un sueño; cuando sueñas con otros, es el comienzo de la realidad”.
Esta es una importante reflexión para este momento, pues tenemos que sembrar en nosotros, en los jóvenes, en los niños el sueño de vivir en paz. Habrá que preparar manifestaciones, conciertos, concentraciones que lleven al corazón de todos el significado enorme de la terminación de una guerra. Los colegios y universidades tendrían que comenzar a preparar celebraciones que muestren nuestra solidaridad y empatía con las madres de los soldados que ya no tendrán que morir en nombre de quienes pagan para que sus hijos no vayan al ejército. Tendremos que izar banderas para decir a miles de campesinos desplazados que los acompañaremos en su lucha por recuperar sus tierras. Y que estamos con los niños que crecieron con los fusiles en la mano y con los que no pudieron dormir sin el miedo rondando en su vereda, y con quienes fueron heridos por minas y bombas.
Habrá que continuar una ardua lucha contra quienes persisten en matar la esperanza. En una buena democracia hay espacios para disentir, instituciones para deliberar y controvertir y mecanismos para decidir con reglas que no son perfectas, pero sí mejores que aniquilar al otro. Una democracia no es una fe, ni un dogma universal, sino una aproximación gradual al bien común. Por eso, hacer democracia y avanzar hacia más altos ideales de civilidad implica una disposición permanente a la negociación, a sabiendas de que negociar supone siempre y al mismo tiempo la gran satisfacción de los acuerdos alcanzados y un grado de insatisfacción por las expectativas no conseguidas por las partes.
Yo celebro con una emoción indescriptible el acuerdo alcanzado.
Francisco Cajiao
fcajiao11@gmail.com
Francisco Cajiao
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