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Todo igual pero distinto

La protección contra el virus no se consigue manteniendo a los niños en casa con clases virtuales.

A pesar de las previsiones que anunciaban que por esta época habría un repunte de los contagios, manteníamos la esperanza de que este sería un año nuevecito en el que ya no harían falta cuarentenas, toques de queda ni el resto del vocabulario propio del 2020.
Se sabe que los virus no hacen receso para las festividades de fin de año y, sin embargo, hubo un evidente relajamiento de las medidas de contención dictadas desde los gobiernos nacional y local. La gente también le ha perdido el respeto a la enfermedad, tal vez porque son muchas más las personas cercanas que han superado el contagio que aquellas que han fallecido en medio de un sufrimiento indescriptible. De otra parte, la reactivación gradual ha contribuido a bajarle a la gente el temor de acudir al comercio, el turismo y otras actividades, haciendo un gran énfasis en la seguridad sanitaria.
Esto, desde luego, no ocurre en el inmenso universo de la informalidad, las ventas ambulantes, los madrugones, las celebraciones deportivas en las calles y el rebusque, sin el cual la muerte no acontece por infecciones, sino por hambre. El miedo a la miseria y la necesidad de abastecerse donde el presupuesto alcanza suelen ser más poderosos que el miedo a los virus invisibles.
Así terminó el año y así comienza este que parece igual, pero en realidad es bastante distinto.
Tanto el Gobierno Nacional como los gobiernos locales venían trabajando hacía meses en ajustar el regreso a clases presenciales en los colegios, a sabiendas de que los niños y adolescentes han sido duramente golpeados por la pandemia. Secretarías de Educación departamentales y municipales estaban preparadas para asumir el reto del retorno, y el Ministerio dispuso de cuantiosos recursos para adecuar instalaciones y proveer materiales de bioseguridad. A final de este mes los estudiantes deberían estar aprendiendo juntos, encontrándose con sus maestros y disfrutando de espacios seguros para su desarrollo. En eso precisamente consiste el derecho a la educación, que, como los propios dirigentes del magisterio vienen señalando desde hace tiempo, no se reduce a enseñar lenguaje y matemáticas.
Lo igual es que se reanuda en la modalidad no presencial –que no es sinónimo de virtual– y que los líderes sindicales se oponen al regreso a las aulas en todo el país, así las condiciones locales sean muy variadas.
Lo diferente es que ya sabemos que los más perjudicados siguen siendo los más pobres y que hay un riesgo enorme de deserción total porque ni los niños ni las familias quieren seguir intentando aprender a través de una pantalla de celular. Si todo el año pasado se hizo un gran esfuerzo de los maestros al cual respondieron en lo posible estudiantes y acudientes, hoy todos declaran un alto nivel de fatiga. El ausentismo a través de los mecanismos informáticos es incalculable e indetectable, pero cuando se habla con niños de primaria es claro que aprenden muy poco, siempre y cuando los adultos los acompañen en el proceso, mientras los de secundaria confiesan que así es mejor porque cuando se aburren se desconectan. Al final, quien más sufre es el maestro, pues su labor empieza a carecer de sentido. No es gratuito que se estén presentando un gran número de renuncias.
Finalmente, hay algo muy distinto. El argumento para no regresar a las aulas era el miedo al contagio, pero en estos meses niños y docentes se han contagiado. Muchos, casi todos adultos, han fallecido. Lo que se puede afirmar con certeza es que ninguno se infectó en la escuela, porque siempre estuvieron cerradas. Esto significa que la protección contra el virus no se consigue manteniendo a los niños en casa, porque ni ellos ni los maestros están efectivamente aislados. Ya hay evidencia internacional para saber que los colegios abiertos no constituyen un riesgo mayor que aquellos a los que ya está expuesta toda la población.
Francisco Cajiao
fcajiao11@gmail.com
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