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Un concepto obligado de la democracia

 En una nota breve de la revista Semana (No. 1.626 del mes de julio) se señala algo que las feministas ya sabemos desde hace tiempo. La ley de cuotas, que obliga a que el 30 por ciento de los cargos directivos sean ocupados por mujeres, no se está cumpliendo ni siquiera en el Estado.
Y, sin embargo, hablar de cuotas para las mujeres hoy en día se está volviendo completamente obsoleto si nos atenemos a los mandamientos constitucionales, que nos recuerdan, en el capítulo 2, artículo 43 de nuestra Constitución, el principio de la igualdad entre los sexos: “La mujer y el hombre tienen iguales derechos y oportunidades”.
El término apropiado para responder a semejante mandato debería ser, entonces, “paridad”, pues es el único concepto o instrumento capaz de producir igualdad entre los sexos.
Y si miramos del lado de los partidos políticos, de los altos cargos de dirección, de las juntas directivas de las grandes empresas, de los dueños de las tierras, etc., el concepto de paridad ilumina de manera incuestionable los lugares de poder y de decisión, lo que hace evidente la aún vergonzosa ausencia de las mujeres.
Y todas, y supongo que todos también, sabemos que el poder sigue siendo, en Colombia, fundamentalmente masculino.
Nombro a Colombia, pero es un fenómeno todavía muy presente en la vieja Europa, con excepción tal vez de algunos países nórdicos, que lograron darle sentido a la paridad.
De hecho, el concepto de paridad funciona ante todo como desencadenador de conciencia, pues nos lleva a reconocer que el principio constitucional del artículo 43 es insuficiente para producir una igualdad concreta entre hombres y mujeres, que debería ser un principio fundamental del ejercicio de la democracia.
Habría que reformular ese artículo y nombrar los poderosos obstáculos culturales que hacen que las mujeres y los hombres estén lejos de tener iguales oportunidades y derechos.
Y si bien sabemos que la letra de la Constitución es un camino abierto a la utopía, hay utopías más urgentes de aterrizar que otras cuando conciernen a la mitad de la humanidad y, en este caso, a la mitad de la población colombiana.
Siempre me parece extraña la dificultad que tenemos para reconocer que la humanidad es sexuada. Y si es así, la paridad se debería adjetivar de múltiples maneras: paridad política o representativa, paridad económica, paridad lingüística, paridad doméstica, etc.
Si nuestra humanidad es sexuada, no deberíamos poder olvidar la cuestión del poder ni el lugar de las mujeres tanto en lo político, lo económico, lo lingüístico, lo simbólico y lo doméstico, entre muchos otros lugares estratégicos en la construcción de la democracia.
Y, como lo demostró magistralmente Genevieve Fraisse hace unos años, la idea de paridad hoy día está ahí para derrumbar la utilización de un neutro universal. Un neutro que no hace sino ocultar la diferencia sexual y, si bien declinar la humanidad en neutro pudo representar un progreso en un momento de la historia, hoy en día se está tornando en perversión.
Lo vuelvo a decir con otras palabras: hablar de derechos en neutro es ocultar los problemas de la mitad de la población colombiana.
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
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