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¿Qué número dijo?

Dicen que el mundo se ha deshumanizado. Que ahora nos hablan las máquinas, y a las máquinas les hablamos para solicitar un servicio, para pedir un favor, para poner una queja.
Dicen que ya no somos personas. Que somos un número. ¿Un número? Somos un rosario de números con los que cargamos a cuestas, como un lastre, hasta el día de la muerte –y con la muerte llega el número del certificado de defunción– o hasta que el alzhéimer o la demencia los confunda o los sepulte en el olvido. Hasta que no sepamos diferenciar el número de la cédula del número de teléfono.
Somos la decena de dígitos del registro civil y un número que va impreso en la manilla que nos ponen después del primer llanto para que no nos confundan con el que acaba de nacer en la sala contigua. Somos los ocho dígitos de una cédula y los seis de un pasaporte con los que abrimos puertas y cruzamos fronteras. Y cada vez que las cruzamos somos un número en los formatos de inmigración y una estadística en los registros de visitas.
Somos el número de una cuenta bancaria más el número de la tarjeta de crédito que nos llegó sin haberla pedido. Y somos los tres dígitos del código de seguridad que va en el reverso de la tarjeta y los cuatro dígitos de la clave para sacar los restos en el cajero autómatico y los otros cuatro para acceder a la información de la cuenta a través de internet. Y debemos aprenderlos de memoria.
Somos el número que arroja la máquina a la entrada del laboratorio, del banco o de la oficina de impuestos: ese número que esperamos con impaciencia en una pantalla. Ese número que a veces olvidamos hasta que el funcionario, con tono de regaño y actitud de desespero, nos pregunta si somos el M128. Y eso somos.
Somos los seis números que pedimos en el baloto, que son durante unas cuantas horas los números de la ilusión, y al día siguiente, los números del desencanto. Somos el número de una reserva que debemos llevar a mano a la hora de llegar al mostrador de la aerolínea. Y el número de un tiquete electrónico, el número de una silla, el número de un vuelo, el número de una maleta en la que llevamos debidamente empacado el manjarblanco que nos encargaron para acordarse de Colombia.
Somos más números que letras, más números que voces, más números que nombres y apellidos. No hay remedio. Habrá que conformarse, al menos, con no ser un cero a la izquierda.
@quirozfquiroz
Fernando Quiroz
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