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No. No puede suceder

Fernando Londoño Hoyos
Desafiaron un buen día a Chesterton en la calle sobre un tema de doctrina, y se fue para su casa a escribir Ortodoxia, una de sus obras capitales. Yo no soy Chesterton, ni tengo su talento ni el espacio para escribir otra obra parecida. Pero tampoco me dejo desafiar en vano, como lo hizo Rudolf Hommes en su bien lograda columna del pasado domingo. En ese escrito, Hommes nos proponía a Álvaro Uribe y a mí que dijéramos que nos parecería abominable el crimen que se cometiera contra Aída Avella, o contra Petro, o contra Iván Cepeda, o contra Piedad Córdoba. Tal cosa ayudaría a poner contra la pared a los bandidos que quisieran hacer eso o algo parecido.
En poco me ocupa el doctor Hommes con su cordial desafío. Porque no solamente me parecería abominable un crimen de esos, sino que me anticipo a declarar abominable la sola amenaza o advertencia de cometerlo. Y no me limito a la declaración pedida, más o menos escueta, que cualquiera podría suponer más o menos desganada. Voy mucho más allá, echándome encima la responsabilidad de explicar la razón de mi dicho y sus profundas consecuencias.
La vida humana es sagrada, no porque lo digan mil códigos penales, ni porque esté escrito en los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que redactaron en la Revolución Francesa, ni porque lo repita diariamente el secretario de la ONU. La vida humana es sagrada porque es ese el primero y fundamental de los principios del Derecho Natural, que existe más allá de cualquiera formulación positiva que lo desarrolle y precise. Para un cristiano, como lo soy, Jesús hubiera venido al mundo para rescatar una sola alma y por una sola alma hubiera entregado en la cruz su sufrimiento y su sangre. El valor de una vida, la más humilde, es mayor que el de todas las cosas que giran en nuestro universo.
Pertenezco a una corriente de pensamiento que políticamente se expresa por estos lados como conservadora y que en el mundo europeo se llama liberal. De esa doctrina pudo sacar el gran Suárez su definición del conservatismo, como el partido del Derecho. Y el Derecho es la regla y medida de los actos de quienes entran en comunidad con otros. Solo por el respeto a esas reglas esenciales es fecunda y próspera la convivencia humana. De otro modo no sería posible, como con frecuencia se nos ocurre que es la nuestra.
El Derecho Político no puede levantarse sino a partir de una pautas axiológicas fundamentales. Y la primera es el respeto a la vida de todos, sin que lo estorben diferencias de opinión, distancias de pareceres sobre la organización social, controversias de cualquier intensidad sobre la cosa pública. No hay concesión posible en la materia.
Nadie tiene derecho de matar a otro. Semejante extremo sería posible en los límites de la legítima defensa y el estado de necesidad, que una clase particular de agentes, los miembros de las Fuerzas Armadas, desempeñan por cada uno, en el trágico caso en que ello fuere menester.
Difícilmente encontraría personas más distantes de las ideas y creencias en que me muevo sobre los temas esenciales de la sociedad y del Estado que las que Hommes cita. Pero no hay asunto que me moviera de mi línea de conducta. La violencia es la razón de la sinrazón. Es la capitulación ante el fenómeno esencial de la Política. Es la barbarie que quiere borrar 25 siglos de intento civilizador. Por eso me parecen tan pobres de espíritu los que matan, secuestran, asaltan, dizque en defensa de sus idearios. Pobres salvajes, carentes de todo, especialmente de fe en la causa que dicen servir.
A los que me quisieron matar les guardo profunda compasión. Si los odiara me parecería a ellos, que es lo último que quisiera dejar a mis hijos y a mis compatriotas como recuerdo de mi vida. Es mi respuesta.
Fernando Londoño Hoyos
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