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La irreverencia joven por la paz

Los jóvenes tienen en sus manos la llave que clausurará la puerta de la guerra, cerrando el capítulo que les quedó pendiente al Frente Nacional y a la Constituyente.

El plebiscito de 1957, la séptima papeleta de 1990 y el plebiscito del 2016 son tres hitos históricos entrelazados en la búsqueda de la paz en Colombia. Ciclos que, como decía Ortega y Gasset, son marcas de tres generaciones cuyas diferencias cronológicas apenas sobrepasan el cuarto de siglo entre unas y otras. La generación de nuestros abuelos y padres, la nuestra y la de nuestros hijos revelan el ímpetu valiente, pacifista y transformador de varias generaciones.
La generación del Frente Nacional, la de la Constituyente y la de la paz son tres actores, en épocas distintas, buscando el mismo objetivo para silenciar los fusiles y ampliar la democracia. Todas se estrenan en el uso de la razón política con tres consultas populares, dirigidas a poner fin a un conflicto armado: la violencia política de liberales y conservadores de los años 50; la de guerrilleros, narcotraficantes y el crimen organizado de los 90, y la insurgencia feroz y cincuentona de las Farc, que deberá expirar con el plebiscito del próximo 2 de octubre.
Ese día nadie puede faltar a la cita con la historia, un momento cumbre en el que serán protagonistas no quienes aún pueden contar con entusiasmo su participación en las urnas en aquel domingo de diciembre de 1957 que dio la bienvenida al voto femenino y al Frente Nacional, ni quienes vibramos con el bautizo político de la séptima papeleta en otro domingo de 1990, para abrir las puertas a la Constitución de 1991, sino quienes tienen la responsabilidad gigantesca de ser la generación de la paz, la que deberá clausurar para siempre el ciclo sangriento de las Farc como aparato armado.
Ese es el gran desafío que se les presenta hoy a los jóvenes –estudiantes, obreros, campesinos, empresarios–. Los 'millennials' tienen en sus manos la llave que clausurará la puerta de la guerra, y las respuestas a las preguntas que han atormentado a varias generaciones por décadas. Es su oportunidad de hacer historia y cambiar la historia, cerrando el capítulo que les quedó pendiente al Frente Nacional y a la Constituyente. Su apoyo a la paz dejará para siempre en el olvido el falaz argumento de que las balas valen más que los votos y de que la violencia es arma poderosa de cambio social. Además, les arrebatará a los violentos la bandera de la lucha contra la desigualdad.
Porque si la desigualdad es la falla geológica de la política en realidades como la nuestra, los nuevos liderazgos estarán en manos de quienes tengan la visión de encontrar políticas eficaces contra ese mal. Allí, por ejemplo, todas las caracterizaciones de los millennials demuestran el valor extremo que le otorgan al trabajo por el interés público, con una sensibilidad social bien pronunciada hacia los menos favorecidos.
Ser joven es ser irreverente; es defender con coraje principios y valores que les dan contenido ético a lo público y a lo privado; es una oportunidad de dejar huella. Hoy más que nunca, la historia exige ser irreverente frente a la guerra y ser contestatario frente a quienes ofrecen un pasado de dolor como esperanza.
Las manifestaciones contra la dictadura en los 50 y la Marcha del Silencio de los estudiantes después de los magnicidios en 1989 fueron protagonizadas por jóvenes que no aceptaron la imposición de la opresión y la fuerza cobarde de las armas. Muchas generaciones han buscado ese objetivo por la vía legítima de los votos y las reformas sociales. Hoy, tres fechas, tres generaciones y tres decisiones históricas distintas confluyen en una sola búsqueda de la paz.
No hay derecho. La magnitud de los gruesos epítetos que salen como fuego cruzado de los extremos del sí y del no le apunta a una sola víctima: el sano debate democrático.
Fernando Carrillo Flórez
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