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Escrúpulos

Cómo les suena de falsa la crítica implacable a Castro a estas figuras de la derecha colombiana.

Fidel Castro fue un dictador según la definición del diccionario: un mito engendrado por la Historia; una voz capaz de imponer su teoría como si fuera la única práctica posible; un programador de masas, un redentor que no será crucificado, un justificador de horrores que se enquista en el poder porque su paraíso de propaganda está en juego y los gringos quieren quedarse con todo; un patriarca novelesco extraviado en una cabeza que libera, que revoca, que aplaza y que somete a un pueblo desmoralizado e impotente con la excusa insuperable de la innegable desidia de las élites y bajo una tormenta de aplausos que lo calla todo. Qué extraño habrá sido vivir atrapado en ese personaje de uniforme.
Quizás llegué tarde al asunto. De pronto hago parte de una generación educada en la idea de que la solución no es tumbar a nadie, ni sacar corriendo a los políticos por más inútiles que sean, sino votar en contra, corregir el rumbo –proponer enmiendas a la democracia– aunque sea el camino largo. Tal vez fui al colegio cuando las ideologías ya eran uniformes que les ponían los despojadores a los despojados. Y de la gente que he visto de cerca me ha quedado la sospecha de que ser revolucionario es ser un buen padre, un buen hijo. Sea como fuere, sé que Fidel Castro protagonizó el siglo XX –y he oído y he visto que en Cuba ha sucedido una cultura admirable–, pero también fue otro dictador.
Y sin embargo cómo les suena de falsa la crítica implacable a Castro a estas figuras de la derecha colombiana que como están las cosas regresarán al poder en el 2018.
Por ejemplo Pastrana: que fue presidente en el nombre de la paz; que llegó a tener, como se ve en tantas fotografías de su archivo, una magnífica relación con el dictador; que tuvo el coraje de ir a La Habana, en enero de 1999, a contarle a Castro que se había reunido con las Farc porque “Colombia no puede seguir dividida en tres países irreconciliables, en donde un país mata, otro país muere y un tercer país horrorizado agacha la cabeza y cierra los ojos”; y fue, en suma, un político ennoblecido por su paz fallida, pero hoy no solo no le basta este acuerdo corregido por él mismo, sino que –con el poder a un paso– es capaz de hacer el papel de este “nuevo líder de derecha” que condena a su amigo Castro cuando ya no puede defenderse.
Se espera de Uribe que sea Uribe: que acuse de “enemigo de paramilitares” al brillante Daniel Coronell, como despertando a los perros salvajes, cuando el periodista apenas le recuerda sus propios discursos a favor de la paz. Se espera de Ordóñez que sea Ordóñez: que vaticine con voz gangosa de ángel vengador un gobierno conservador “para que las Farc sean extraditadas”. Sería insólito que los protagonistas de nuestra derecha, fieles a sus máscaras e incapaces de recordar que sus enemigos son padres o son hijos, tuvieran escrúpulos entre las botas. Pero quién iba a creer que Pastrana no envejecería como el presidente que intentó la paz, sino como el personaje secundario de un movimiento que gritó la mentira “castrochavismo” en su camino al poder.
Fue claro en la agotadora refrendación del nuevo pacto de paz en el Congreso: la defensa de las vidas de todos, que es el objeto del acuerdo, tendría que ser lo poco que tenemos en común, pero esta oposición mesiánica engendrada por la Historia y exacerbada por sus resultados hará lo que sea –será el Estado que este Gobierno critica, desenterrará ideologías, impondrá ficciones, justificará horrores cuando su propaganda esté en juego, deshumanizará enemigos, resucitará a Fidel Castro para mandarlo al Infierno, aplazará a este pueblo si es necesario– con tal de quedarse con todo. Qué raro llevar ese uniforme. Qué bueno no llevar ninguno.
Ricardo Silva Romero
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