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La paz no es un juego

En estos días santos, de reflexión y oración, en los que conmemoramos el martirio de Jesucristo, torturado y asesinado por los urabeños de la época, y por las bandas criminales que servían al imperio romano, para el que eran subversivas las consignas cristianas de "amaos los unos a los otros" y "paz en la tierra a los hombres de buena voluntad", en estos días, digo, propicios para meditar en el presente y el futuro de Colombia, suponemos que se habrán calmado las pataletas infantiles del expresidente Andrés Pastrana, y que en lugar de seguir diciendo sandeces podrá contribuir, siquiera con un prudente silencio (si no es capaz de otra cosa más sustantiva), a que la gestión por la paz que se adelanta en La Habana entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las Farc concluya con éxito. Como tendrá que ser.
Entre las tonterías sublimes que alcanzó a decir el expresidente Pastrana Arango, una merece comentario: "(el presidente) Santos no tiene un mandato por la paz". Con seguridad el expresidente, que no goza de fama de ser un lector consuetudinario, no se ha leído la Constitución de la República de Colombia, que él presidió alguna vez, no sabemos por qué. De acuerdo con lo dispuesto por la Constitución vigente en Colombia desde 1991, todos los colombianos tenemos un mandato por la paz, inequívoco y contundente (artículo 22). Y con mayor razón los presidentes, cuya responsabilidad suprema es cumplir y hacer cumplir el ordenamiento constitucional. Todo colombiano que no contribuya al logro de la paz, o que fomente o predique la guerra, es un violador de la Constitución, y se hace acreedor a las sanciones que ella contempla.
Yo pensaba, hasta antes de leer las declaraciones del expresidente Pastrana Arango, la semana pasada, que la gestión por la paz adelantada en su gobierno emanaba del mandato constitucional. ¡Qué desengaño! Para el presidente Pastrana la paz era solo un juego, uno de esos juegos que se inventan los mandatarios sin mayores recursos imaginativos, para distraer a sus compatriotas mientras pasa el tiempo, y se disimula el mal gobierno. Y por eso, porque la paz de Pastrana era un juego, tanto para él como para las Farc, fracasó de manera estrepitosa. En lugar de paz nos clavaron el Plan Colombia, que bien caro nos ha salido.
No es Pastrana el único con actitudes pueriles. Desde un punto supuestamente antagónico al del expresidente, coinciden con él los dos únicos militantes que le quedan al Polo Democrático, la exalcaldesa (e.) de Bogotá Clarita López Obregón y el mariscal Jorge Robledo. Ellos coinciden con Pastrana en que la gestión del presidente Santos por la paz es un truco del mandatario para reelegirse, y que por esta razón, para no contribuir a la reelección de Santos, no participarán en la gran marcha nacional por la paz que se hará el próximo 9 de abril, aniversario 65 del asesinato de otro mártir de la paz, Jorge Eliécer Gaitán.
No voy a reírme por la ingenuidad de los doctores Pastrana, López y Robledo, si piensan que su no participación en la gran marcha por la paz pondrá en peligro la reelección del presidente Santos. Lo único que puede poner en peligro dicha reelección (que el presidente no ha oficializado) sería que los colombianos no la aprobaran en las urnas. Lo cual no podrá saberse sino el día de las elecciones.
Que el presidente Santos aspire o no a la reelección está por el momento fuera de contexto. Lo importante hoy es la paz. No como un juego de mezquinos intereses políticos, sino como el cumplimiento de un mandato constitucional, y la satisfacción de una necesidad largo tiempo anhelada por el pueblo colombiano, que ya no da más plazo. El gobierno actual y la guerrilla han llevado este proceso con seriedad, con tino; han trabajado cuidadosamente los desacuerdos, avanzan en las conversaciones. No están jugando a la paz, sino construyendo los cimientos para una paz duradera sobre la que ha de montarse la Colombia del siglo XXI. Y por lo mismo, porque la paz no es un juego para ellos, ni lo es para la inmensa mayoría de colombianos que van a marchar en su apoyo el 9 de abril, tampoco será un fracaso.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
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