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Una sola voz: ¡Paz ya!

En las recientes manifestaciones no ha habido grito destemplado, ni de rencor, odio, o venganza. Todo lo contrario.

Lo más emocionante de la miniderrota del plebiscito por la paz sustentable y duradera es ver que ese resultado adverso, e inesperado, despertó y puso en pie a un país que quiere vivir en paz el siglo XXI. No solo se han movilizado a favor de llevar los Acuerdos de La Habana (trabajados durante seis años) a un rapidísimo acuerdo final, “ya es ya”, los seis millones y pico de ciudadanos que votaron ‘Sí’ en el plebiscito del 2 de octubre, sino por lo menos la mitad de los otros seis millones y pico que votaron ‘No’ movidos por una engañosa campaña de mentiras, tergiversación premeditada del contenido de los acuerdos, eslóganes vacuos, por lo tanto, fáciles de tragar sin masticar, y otra serie de trucos electorales basados en falsedades que muchos ciudadanos confundidos no tuvieron tiempo de analizar. Y muy buena parte de los que se abstuvieron forzados por un escepticismo legítimo, aunque improcedente, se unen al reclamo vibrante, arrepentidos y preocupados de haber contribuido con su ‘ni sí ni no’ al triunfo del ‘No’.
Así lo demuestran las grandiosas manifestaciones espontáneas del miércoles antepasado en el país, y las del miércoles pasado, aún más multitudinarias. Manifestaciones en las que no ha habido grito destemplado de rencor, odio o venganza. Por el contrario. Voces alegres, llenas de esperanza, adornadas de flores, arte y poesía, plenas de amor por su país. Millones de voces unidas en un solo clamor: ¡Paz ya! ¡Acuerdos ya!
La noticia del inicio de las conversaciones con el Eln, que significa avanzar hacia la paz total, ha sido recibida con una eclosión nacional de júbilo; sin embargo, también en la plaza de Bolívar de Bogotá, y en las plazas principales de las capitales y de los municipios del país, los colombianos y las colombianas, de todos los oficios, de todas las edades, aguardan ansiosos el anuncio de que la paz con las Farc ha quedado sellada y la confirmación tajante de que el cese bilateral y definitivo del fuego es de verdad definitivo y no simplemente indefinido.
La gente comienza a ponerse nerviosa. Ve al dúo dinámico (Álvaro Batman y Alejandro Robin) aplicar, con la misma habilidad con la que emplearon maniobras engañosas (denunciadas sin querer queriendo por el tesorero de la pareja, el guasón Vélez Uribe), tácticas dilatadoras que entorpecen la adopción definitiva de los acuerdos de paz. Un día, el máximo jefe presenta diecisiete puntos para introducir en o modificar los acuerdos, que dicen lo que ya está dicho en esos acuerdos. Al día siguiente, la jefa conservadora aporta otros treinta y dos puntos, con el mismo propósito, pero distintos, pero iguales, a los expuestos por su gran mentor. Y luego el precandidato presidencial del feudal Centro Democrático va a Palacio a conversar con el presidente de la República, para plantearle con tono de procurador que retire de los acuerdos la ‘ideología de género’, cuando en los acuerdos no hay ningún género de ideología, y la que llaman ‘ideología de género’ no existe sino en las mentes difusas (en sus tres acepciones) del senador Uribe, del expredicador Ordóñez, de la diputada Hernández y de los compañeros cristianos. Eso sí, Uribe y Ordóñez saben que a los compañeros cristianos toca consentirlos. Son un filón electoral inapreciable para la candidatura ordoñista en el 2018. Y tienen muy bien sabido y medido, estos sabios saboteadores de la paz de los colombianos, que dilatar y dilatar y dilatar la adopción final de los acuerdos hasta reventar el proceso de paz y devolvernos a la guerra les será electoralmente rentable, tanto en las parlamentarias como en las presidenciales del 2018, a las que se presentarán como adalides de la paz que ahora intentan malograr.
No obstante, las cuentas no les están saliendo. El fenómeno, inédito en nuestra historia, de que por iniciativa cívica se hayan organizado, en los mil cuatrocientos municipios de Colombia, encuentros de paz, que han concitado la participación masiva de los ciudadanos (como en Villa de Leyva, por ejemplo, donde niños y niñas entre los ocho y los doce años tienen una intervención sorprendente), les está diciendo muy claro a los barones feudales: ‘Ustedes ya no nos manipulan más. Aquí está el soberano para reclamar sus derechos, y el principal de esos derechos, en una sociedad libre y democrática, aquí y ahora, es la paz’.
Supongo que desde el viernes anterior, el presidente de la República Juan Manuel Santos habrá conjeturado algunas veces ‘para qué Nobel si no hay paz’. El próximo 10 de diciembre, el primer mandatario colombiano estará en Estocolmo para recibir el Premio Nobel de la Paz. Él no puede salir allí con un discurso retórico, como si fuera Uribe, ‘estamos trabajando durito para ganar la paz’, ‘le estamos metiendo carnita al proceso para ganar la paz y derrotar el chavocastrismo’. Lo que esperan oír del presidente nobel de paz los otros galardonados (Literatura, Física, Química, Medicina, Economía), el rey de Suecia y los cientos de asistentes, así como cuarenta y siete millones de colombianos, es una oración redonda, precisa: ‘Hicimos la paz con las Farc y la estamos concluyendo (o la concluimos ya) con el Eln’.
Para cerrar con cremallera de acero, que jamás pueda reabrirse, los setenta años sangrientos que estamos dejando atrás (gústeles o no les guste a los doctores Uribe y Ordóñez), esperamos ver en febrero, al iniciarse en Bogotá la Cumbre Mundial de Premios Nobel de la Paz, cómo el presidente Santos extiende los brazos a sus pares nobeles y les dice: ‘Bienvenidos a Colombia, tierra de paz. Están en su casa’.
Enrique Santos Molano
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