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Gérrimo en el cielo; Carolina en la Tierra

Recorrió el país con sus libros al hombro, y llegó a ser uno de los colombianos más queridos.

El pasado 23 de enero falleció en Bogotá, no sé si el único, pero sí el más notable editor artesanal de Colombia, Gerardo Rivas Moreno, también conocido por su acrónimo de ‘Gérrimo’. Quizá las palabras ‘editor artesanal’ no les digan mucho a los lectores, que ante ellas encogerán sus labios en una sonrisa burlona. ¿Cómo? ¿Artesanos (sean editores o de cualquier otro oficio) en la era de la robotización y de la inteligencia artificial, cuando máquinas poderosas sacan la edición impresa de un libro de cuatrocientas, quinientas o mil páginas, y de cinco a cien mil ejemplares, en menos de media hora? ¿Y cuando las computadoras permiten diseñar las ediciones sin mayor desgaste de energía física y con escaso empleo de la imaginación?
Pues Gérrimo ejerció el oficio de Editor Artesanal (así, con mayúsculas) durante más de cincuenta años, en los que publicó no menos de medio millar de títulos de importancia suma sobre los asuntos más variados. Historia, filosofía, economía, literatura, derecho, periodismo, arte, ciencia. No se le escapó ningún aspecto de la vida a ese artesano de la cultura. Cerca de cincuenta de sus publicaciones son facsímiles de joyas de las artes gráficas, hechos por Gérrimo con tal habilidad que se necesita un ojo de lince, o los dos ojos, para distinguir el original de la reproducción.
Las ‘Reminiscencias de Santafé y Bogotá’, de Cordovez Moure; las ‘Elegías de varones ilustres de Indias’ de Juan de Castellanos; ‘La Bagatela’, de Antonio Nariño; el ‘Correo del Orinoco’ de Simón Bolívar; la obra poética completa de Federico García Lorca, y la edición en diez tomos, de elaboración coruscante, de la obra completa del Libertador Simón Bolívar. Una colección de los quinientos o más títulos sacados por el editor artesano Rivas Moreno no podría conseguirse hoy (y es inconseguible) por debajo de doscientos millones de pesos. El artesano Gerardo Rivas Moreno murió en olor de pobreza, sin un centavo entre el bolsillo, pero vivió de su oficio, educó a su hija, y de cuando en cuando se dio mañas de viajar a París a estar con sus nietos. Las ganancias que obtenía de un libro las reinvertía en el siguiente. Y cuando se veía muy alcanzado, inventaba una rifa, que sus amigos le comprábamos completa, y que nadie quería ganarse.

Gérrimo ejerció el oficio de Editor Artesanal durante más de cincuenta años, en los que publicó no menos de medio millar de títulos de importancia suma sobre los asuntos más variados.

Su muerte fue como la pérdida de un hermano. Solíamos encontrarnos con él en todas partes, pues se movía por Bogotá, por Bucaramanga, Barranquilla, Cali, Medellín, Manizales, Pereira. Recorrió el país, con sus libros al hombro, y llegó a ser uno de los colombianos más conocidos, queridos y admirados. El poeta Alejandro Veramar me dio la noticia tristísima de la muerte de Gérrimo. Los portales culturales como NTC (Nos Topamos Con) le rindieron homenaje amplio y sentido. Los funerales de Gérrimo estuvieron tan concurridos como los de un gran personaje. Y lo era. Realizó él solo una obra que tal vez no hubieran podido llevar a cabo ni varios gigantes juntos.
Nos hará falta siempre encontrarnos en cualquier esquina con Gerardo Rivas Moreno y pararnos a conversar con él media hora despreocupada, sobre la actualidad política y los últimos títulos publicados por la Fundación Fica, la empresa artesanal de la que era dueño, empleado, diseñador, impresor y distribuidor. Me parece haberlo visto en estos días allá en el cielo intentando venderle a San Pedro algunos ejemplares del último de los libros artesanales publicados por Gérrimo, la encíclica ‘Laudato si’, del papa Francisco, por quien sentía admiración verdadera.

* * * * *

Me permito reproducir la reflexión que ha hecho la escritora, indomable en su propósito (‘Laudato si’) de ser incómoda, Carolina Sanín, cuya lectura recomiendo en estos días tormentosos de guerra sucia y noticias falsas contra el candidato presidencial Gustavo Petro y el movimiento Colombia Humana:
“Confío en Humberto de la Calle. Le agradezco, como debemos hacer todos los colombianos, su exitoso esfuerzo por hacer la paz. Creo que es un político brillante y un hombre veraz. Cumplió su misión y creo también que podría tener nuevas misiones y ser un buen presidente de Colombia.
Dicho esto, mi candidato a la presidencia es Gustavo Petro. No confío ni desconfío de Petro. O confío y desconfío. Admiro su mente. Me inquieta su mente y me intriga su corazón. Me mueve la curiosidad, y en mi experiencia ‒en mi vida‒ es la curiosidad lo que mueve, no la confianza ni la desconfianza. El discurso de Petro me hace pensar, me sorprende y me propone problemas y esfuerzos, y me hace imaginar nuevos escenarios en este país cansado y aparentemente inviable. La idea de que Gustavo Petro pudiera ser presidente de esta exangüe Colombia, la idea de que su espíritu y su gran inteligencia sirvieran de impulso para un cambio real, me emociona auténticamente. La curiosidad mueve el deseo y el deseo mueve la voluntad. Y todas las cosas, si siguen su naturaleza, son atraídas hacia un polo. La intención, la conciencia que no flaquea ni se distrae, y el discurso clarividente y generoso de Petro constituyen un polo hacia el que quisiera ver que se moviera nuestra voluntad en los próximos años: la devolución de lo público, el examen de los conceptos que aglutinan nuestra común experiencia ciudadana, el cuidado de lo compartido y la inmersión en la gran aventura de la equidad. Con la razón movida por su discurso y con la emoción movida por la intensidad de lo que representa, yo me muevo hacia ese candidato”.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
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