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En las horas del desayuno

La revolución digital hace impacto sobre culturas donde existen pobres tradiciones de leer libros.

Crecí en un hogar donde los periódicos formaban parte del desayuno. Cinco diarios –regionales y nacionales, liberales y conservadores– acompañaban el menú mañanero, al lado de la mermelada de guayaba producida por mi abuela Leonor.
Suelo repetir la anécdota que no deja de fascinarme.
Vuelvo a recordarla en la sala de espera de El Dorado, antes de abordar el avión a Barranquilla en las primeras horas del día. Recorrí sus cafeterías en busca de los diarios, esperanzado al ver una pasajera con Portafolio bajo el brazo.
Fue una búsqueda vana. Los periódicos parecían allí reemplazados por unas pantallas televisivas, ruidosas e intrusas, a lo largo de todo el salón. Nadie las miraba. Casi todas las personas tenían sus ojos fijos en sus teléfonos celulares.
Hace pocos días, EL TIEMPO reseñó varias investigaciones cuyos resultados sugieren que “leer el periódico impreso permite mayor recordación”. La noticia abordaba un tema similar al que Roberto Casati, filósofo italiano y profesor en París, examina en su libro Elogio del papel. Contra el colonialismo digital (Ariel, 2015).
Casati no se ocupa de los periódicos, sino del libro. O, mejor, de la lectura de textos en papel, amenazada por un “hostil entorno digital”.
Su argumento no es el de un ludita posmoderno, como nos repite una y otra vez. Sería iluso y hasta tonto pretender oponerse a los avances de la revolución tecnológica. Busca más bien fórmulas que nos permitan enfrentar con éxito algunos de los retos planteados por la era digital.
Su tesis central es que el libro de papel tiene ventajas cognitivas y sociales sobre los libros electrónicos.
Por lo general, los lectores en pantalla no parecen centrarse en un mismo texto al tiempo, y con frecuencia no llegan hasta su final. Dejarían de adquirir el hábito de “la lectura en profundidad”. Corremos el riesgo de perder un valioso “recurso intelectual”, sin el cual sufre la capacidad del razonamiento crítico: “la atención”.
Si las advertencias de Casati son ciertas, habría que añadir que tales amenazas serían más devastadoras en el mundo subdesarrollado: aquí la revolución digital hace impacto sobre culturas donde existen de por sí muy pobres tradiciones de leer libros.
Las investigaciones reseñadas en días pasados parecen corroborar lo dicho por Casati.
Un estudio de la Universidad de Houston, por ejemplo, concluyó que los “lectores de periódicos recuerdan más detalles de las noticias que aquellos que se informan por la red”. Según otra investigación, en University College London, internet no estimula la “capacidad de concentración” ni de leer “textos largos”. Y un trabajo de la Universidad de los Ángeles en California también sugiere que la red estaría debilitando “el pensamiento crítico, la imaginación y la reflexión”.
La respuesta, claro está, no puede ser apagar la red. Lo que Casati sugiere es domesticar los “instrumentos digitales”, “insertarlos de manera inteligente en nuestra vida”. Propone así acudir al libro de papel como herramienta básica de aprendizaje escolar. La “lectura en profundidad” debe ser promovida desde los primeros años en los colegios.
Lo dicho sobre los libros de papel es válido para los periódicos. Estos, desafortunadamente, han perdido confianza en sí mismos. Desde hace algún tiempo andan en una carrera desesperada por la supervivencia y, en vez de reafirmarse, quieren parecerse a una pantalla digital, con textos cada vez más cortos, que no requieren mayor atención del lector.
Los colegios también podrían hacer uso de los periódicos para formar “lectores de profundidad”. Aunque estos hábitos se adquieren mejor a la hora del desayuno.
Eduardo Posada Carbó
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