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En el bosque de la China

Estar en este momento en China es estar recibiendo todos los soles que me estaban prometidos.

“Gracias a Dios”, solemos decir en Occidente cuando nos ocurre una maravilla. Por ello comienzo por agradecer a Pangu y a las directivas del encuentro, por el honor de que se me conceda la palabra para manifestar, en nombre de los poetas del mundo invitados, nuestra alegría, estupor y deslumbramiento por participar en el Twinrivers International Poetry Week Suiyang, y expresar a nombre propio lo que me significa el estar en él.
La primera vez que el nombre de China me sonó mágico, fantástico y sugestivo fue a los 7 años, de labios de mi madre cantando una especie de nana infantil que empezaba: “En el bosque de la China / una china se perdió. / Como yo andaba perdido / nos encontramos los dos”. Confieso que allí sentí mis primeras palpitaciones eróticas. Recordaba haber visto fotos y películas de niñas de ojos rasgados y piel amarilla que parecían del país de las hadas y los dragones. En las hadas ya no creía, pero nunca perdí la esperanza de llegar a conocer a un dragón rey, con alas de murciélago y con una perla llameante bajo su mentón.
La canción continuaba cada vez más insinuante: “Era de noche y la chinita / tenía miedo, miedo tenía de andar solita”. Ahora me doy cuenta de que el perdido era yo por no haber arribado nunca a ese bosque de la China, y de que la chinita es su gran poesía, que viene desde Li Po y Tu-Fu y ha llegado, entre cientos, hasta los grandes Jidi Majia y Shen Wei. “Y yo que sí, y ella que no, / y yo que sí, y ella que no, / y al cabo fuimos y al cabo fuimos de una opinión”. La poesía caía en mis manos, y debía hacer de ella el mejor uso posible. Lo estoy intentando.
El segundo estupor hacia China que sentí en la adolescencia fue el recuento de la odisea del veneciano Marco Polo, el imberbe caminante que llegó a ser protegido y consentido por el Gran Kublai Kan, emperador de Mongolia y China, y designado por 3 años gobernador de Yangzhou. De las exageraciones de su libro memorioso de viajes se nutrió nuestro García Márquez, tanto como de los cuentos de 'Las mil y una noches'. Pedí a la Dadora, que nunca falla, que concediera a este poeta que nació a la orilla de un río hoy semiseco llamado Cali bañar sus ojos en enormes e impasibles ríos inmortales, y me ha concedido hacerlo en el Danubio, en el Ganges y espero que ahora en el Yangtsé, o por lo menos en el río Xiang, que baña la comarca de Guizhou.
Salgo de Colombia, país que busca cómo enterrar las armas después de 50 años de aspirar el hedor de la cadaverina, tratando de encontrar esa paz que ni los muertos tienen. Y pongo mis pies en el avión de Air France que me ha de trasladar al lugar de mis sueños infantiles, juveniles y ahora casi seniles, a ese bosque de la China situado en Zunyi.
Otro punto supremo para mi vida espiritual fue el garrotazo en la frente que me significó el conocimiento del zen, o más bien digamos chan, introducido en china por el monje Bodhidharma, a través de las lecturas de Zuzuki y de Chan Chen Chi, de quienes percibí que un día abrirían mis ojos hacia el satori. Y qué más iluminación que la de estar en este momento aquí.
Estar en este momento en China, en Suiyang, en Zunyi, en este certamen de poesía –cuando el país del gigante que ha despertado expone con esplendor la obra del inconmensurable pintor colombiano Fernando Botero–, es estar recibiendo todos los soles que me estaban prometidos, tener a la mano todos los frutos, aspirar todos los aromas, contemplar la belleza en sus manifestaciones inéditas a mis ojos, saborear lo considerado imposible, mientras escucho la celeste música de la maquinaria estelar.
Jotamario Arbeláez
jmarioster@gmail.com
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