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Llegó la hora de reconocer que el marco de control de armas y de no proliferación nuclear se agotó.

La famosa ecuación publicada en 1905 por Albert Einstein, que de manera simplificada condensa la relación entre la energía y la materia, no solo es una de las innovaciones más geniales de la física. Al revelar en solo cinco símbolos el potencial de liberación de la energía que tiene la materia, el mundo también cambió para siempre. Einstein no solo transformó la ciencia, sino que además generó –sin proponérselo– una nueva estrategia militar global y un paradigma desconocido en la geopolítica mundial.
Esa ecuación –aparentemente inocua– encerraba la promesa de una energía convertida en una capacidad bélica inmensa, devastadora y aniquilante. Ante semejante potencial, capaz de someter a cualquier nación, como le ocurrió a Japón después de Hiroshima y Nagasaki, nadie podría darse ahora el lujo de desconocer la irrupción de la era atómica.
La gravedad y el peligro que representaba para una potencia que permaneciera en un ‘status’ no nuclear, en un mundo cada vez más divido entre los países que ganaron la guerra, significaba que tendría que acogerse a la “sombrilla” protectora como le tocó a China con la Unión Soviética por un buen tiempo. Japón, obviamente, se acogió a la protección nuclear de los Estados Unidos.
Pero la mayoría de las potencias invirtieron miles de millones y millones de horas ciencia para desarrollar una capacidad nuclear propia y autónoma. El propósito no era siquiera usarla. Era disuadir al que tuviera bombas atómicas que si las usaban contra ellos la retaliación era igualmente devastadora en su territorio. Esa es la esencia de la doctrina del Mutual Assured Destruction (destrucción mutua asegurada), que por su crudo pragmatismo impidió que se diera un ataque nuclear durante la Guerra Fría.
Ese ‘status’ de cosas llevó a la creación de una institucionalidad para administrar semejante riesgo para la humanidad. El Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (1968) solo autoriza capacidad bélica nuclear en las cinco potencias principales. A ese tratado se le sumó una serie de tratados y acuerdos bilaterales, en particular entre la URSS y los EE. UU., sobre diferentes aspectos de desarme y control de armas nucleares. De hecho, estos empezaron a conformarse a raíz de la Crisis de los Misiles en Cuba de octubre de 1962. En síntesis, esos desarrollos crearon un sistema legal e institucional diseñado para reducir los riesgos de confrontación nuclear entre las potencias. Hasta que los demás aprendieron.
El escenario del armamentismo nuclear global hoy está en caos. El régimen “antiguo” tiene poca capacidad de aconductar a los actores no tradicionales que se están subiendo a la palestra. Tampoco los grandes siempre obedecen las normas y los protocolos. Por ejemplo, Rusia está en rebeldía contra los tratados con la tesis de que Occidente los quiere convertir en eunucos nucleares.
El “caldero del diablo” que es el Oriente Próximo y los puntos calientes del planeta ahora están adobados por una peligrosa mezcla de armamentismo convencional y al mismo tiempo nuclear. No se trata solo del loco Kim Jon-un, de Corea del Norte, que es como tener a un niño de 5 años jugando con un Ak-47. Irán, Israel, Egipto, India, Pakistán, Australia, Sudáfrica tienen capacidades o las están creando. Llegó la hora de reconocer que el marco de control de armas y de no proliferación nuclear se agotó. Se necesita hacer borrón y cuenta nueva, o lo que podría quedar borrada del planeta es la humanidad.
Dictum. ¡Qué cosas toca hacer para salir en los medios! Me tocó sacarme la vesícula para aparecer en los confidenciales de la revista ‘Semana’.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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