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El yunque

En ninguna parte el Eln expresa algún tipo de compromiso con el cese de prácticas como el secuestro.

Después de un suspenso de semanas sobre lo que aparentemente sería un anuncio trascendental para la paz, el Eln volvió a salir con el mismo chorro de babas de siempre. “Asistimos a este diálogo para examinar la voluntad real del Gobierno y del Estado colombiano” es la línea más importante de la misiva, que ha sido interpretada por algunos como una declaración de interés del grupo guerrillero de abandonar las armas. En ninguna parte se expresa algún tipo de compromiso con el cese de prácticas como el secuestro, los atentados o el reclutamiento. Nada. Aire. Lo de siempre.
Hace un par de meses escribía sobre este mismo tema y recordaba que el Eln ha tenido por costumbre, por más de 20 años, plantear negociaciones con el gobierno de turno, sin que ni uno solo de esos intentos se haya traducido jamás en un avance en ningún sentido. En esa columna recordaba, por ejemplo, que Álvaro Uribe negoció por varios años con el Eln, y que como resultado de esa negociación se consolidó una agenda y se tomaron una serie de medidas de confianza, como el traslado y la liberación de prisioneros, la apertura de canales desde las cárceles y la creación de la Casa de Paz en Medellín, entre otros.
Igualmente recordaba que en el “acuerdo base” aprobado en diciembre del 2007, Uribe otorgó reconocimiento de facto al Eln, y acordó “a partir de la fecha cese de las operaciones y dispositivos ofensivos entre la Fuerza Pública y el Eln”, estableció un mecanismo de verificación mixto y el Eln se comprometió con la “suspensión nacional de retenciones y liberación de retenidos” y con la “limpieza conjunta de zonas del material explosivo industrial y no industrial, como las minas antipersonales (MAP) y las municiones sin explotar (Muse)”.
Les voy a contar qué pasó con ese “compromiso” que asumió el Eln de limpiar zonas críticas sembradas con minas antipersonales: con su extraordinaria capacidad para hacer del horror un negocio y entendiendo el potencial del acuerdo, que establecía el pago por la limpieza de las zonas minadas, el Eln se apresuró a incrementar el sembrado de minas para vender su posterior despeje, y con ello suscitó una crisis humanitaria sin precedentes en el departamento de Nariño. Escuelas, hospitales, caminos veredales. Cientos de familias se vieron obligadas a trasladarse a las zonas urbanas cada semana ante el incremento de víctimas civiles tanto de las minas como de los combates. Todo esto, en medio del proceso de paz más largo y sustanciado que ha emprendido el Eln hasta la fecha.
La cúpula del Eln, a diferencia de la de las Farc, no ha sufrido bajas importantes, lo que significa que se está negociando con los mismos que en el pasado han utilizado con maestría los diálogos de paz como mecanismo efectivo para defenderse de los ataques de las Fuerzas Armadas. Con la comandancia prácticamente instalada en Venezuela, se sabe que los distintos frentes se comportan más como entidades autónomas que bajo una estructura vertical estricta en el control y el mando, lo que solo desde un punto de vista práctico supone largos periodos para la discusión y el acuerdo entre los frentes.
Venezuela colapsa a una velocidad vertiginosa, lo que constituye un escenario conveniente para un Eln que sabe sacar provecho de un panorama incierto y marcado por una fuerte polarización, y un Estado que no controla su propio territorio. La pregunta es si el presidente Santos está dispuesto a atar los avances con las Farc y lo que podría ser una ventana de oportunidad sin precedentes, pero también efímera, para la firma de la paz este año, a un diálogo pantanoso con el Eln.
Lo que está completamente claro es que, movido por el ambicioso interés de unir ambos procesos, el Gobierno podría estar jugándose una partida demasiado arriesgada.
Natalia Springer
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