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El terrorismo no es lo que parece

Los terroristas islámicos han asesinado a más de sus correligionarios que nadie.

Moisés Naím
Fue un viernes de terror. En un hotel de playa, en Túnez, dos terroristas asesinaron a 28 turistas e hirieron a 36. En Kuwait un terrorista suicida hizo estallar una bomba en una mezquita chií y mató a 25 personas y e hirió a 202. El Estado Islámico se hizo responsable de la matanza. En Lyon (Francia) una persona fue decapitada durante un asalto a una planta de gases. El objetivo era hacer estallar la instalación. Según las autoridades, Yassine Salhi, el acusado del atentado, habría tenido vínculos con grupos musulmanes radicales.
Aún no hay evidencia de que los atentados en Túnez, Lyon y Kuwait hayan sido coordinados, o de que respondan a un plan conjunto. Sin embargo, son claros ejemplos de una tendencia: el terrorismo islámico es una amenaza que ha venido agudizándose. Pero ¿constituyen estos atentados y otros similares la confirmación de la teoría del “choque de civilizaciones”, popularizada por el profesor de Harvard Samuel Huntington a comienzos de los años 1990? Según Huntington, una vez agotado el enfrentamiento ideológico entre comunismo y capitalismo, los principales conflictos internacionales surgirían entre países con diferentes identidades culturales y religiosas. "El choque de civilizaciones dominará la política global. Las fallas tectónicas que dividen a las civilizaciones definirán los frentes de batalla del futuro", escribió en 1993. Para muchos, los ataques de Al Qaeda, las guerras en Afganistán e Irak y el surgimiento del Estado Islámico confirman esta visión. Pero en realidad lo que ha ocurrido es que los conflictos se han dado más dentro de las civilizaciones que entre ellas. Las imágenes de los noticieros de TV, la retórica oficial o la estridencia de los debates en radio e internet hacen fácil creer que el conflicto más sangriento del siglo XXI es el que existe entre musulmanes radicales y quienes no lo son. Pero no es así. Las estadísticas muestran que esta es una visión errada y que los piadosos terroristas islámicos han asesinado a más de sus correligionarios que nadie. La pugna entre chiíes y suníes sigue produciendo víctimas, la mayoría musulmanas. Y , por otro lado, también es falso que en Estados Unidos los principales atentados terroristas hayan sido llevados a cabo por musulmanes radicalizados. Son estadounidenses racistas –muchos de ellos, pertenecientes a movimientos que propugnan la supremacía de la raza blanca– los responsables de la mayor cantidad de muertes en actos terroristas en ese país. El caso más reciente de estos terroristas fue el de Dylan Roof, un joven de 21 años que asesinó a 9 personas e hirió a otra en una iglesia en Charleston (Carolina del Sur).
Las estadísticas son abrumadoras. Según el Índice de Terrorismo Global, producido por el Instituto de Economía y Paz, en el 2013 murieron casi 18.000 personas en ataques terroristas. El 82 por ciento de estas fatalidades se concentró en solo 5 países: Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria y Siria. Los responsables del 66 por ciento de todas las muertes por terrorismo fueron el Estado Islámico, Boko Haram, los talibanes y Al Qaeda.
En contraste, en los últimos 14 años solo el 5 por ciento de los asesinatos terroristas ocurrieron en los países de la Ocde (el grupo de las naciones más industrializadas). Desde el año 2000, el 90 por ciento de los ataques de terroristas suicidas tuvieron lugar en Oriente Próximo, en el norte de África y en el sur de Asia (Pakistán y Afganistán, principalmente). De los 162 países incluidos en el Índice, Irak ocupa el primer lugar en fatalidades; y Francia, por ejemplo, está en el puesto 56.
Las estadísticas con respecto al terrorismo en Estados Unidos son igual de reveladoras. Un estudio publicado esta semana por la Fundación New América revela que desde el 11-S, racistas de raza blanca y otros extremistas no musulmanes causaron el doble de muertes por actos terroristas en EE. UU. (48) que las causadas por musulmanes. Los primeros se cobraron 48 víctimas, mientras que los segundos mataron a 26. Además, los ataques terroristas en EE. UU. son relativamente poco frecuentes. Desde el 11-S ha habido 19 ataques de no musulmanes, y 7 por militantes islámicos.
Todo lo anterior no quiere decir que el terrorismo islámico no sea una amenaza importante. Lamentablemente, lo más probable es que aumente su dispersión internacional. Pero, aun así, cabe suponer que las principales víctimas de los terroristas islámicos seguirán siendo sus correligionarios. Igual ocurrirá en Estados Unidos, donde todo parece indicar que la tendencia no cambiará y que los racistas estadounidenses seguirán siendo una importante amenaza para sus compatriotas. El terrorismo no va a desaparecer. Lo importante es combatirlo con base en realidades, y no en prejuicios.
Moisés Naím
@moisesnaim
Moisés Naím
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