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El 'sirtaki' de los armadores griegos

Curioso que parlamentarios de extrema izquierda favorezcan a un sector con exenciones fiscales.

Camilo Ayerbe Posada
Pareciera que la tragedia de la deuda griega que se cierne –desde hace seis años– como una espada de Damocles sobre el proyecto del euro corre sobre el filo de dos polos ideológicos: una derecha ortodoxa encarnada por Ángela Merkel (con su improbable sastrería de colores frutales) y una izquierda flexible, abierta al diálogo, personificada por François Hollande, quien para el efecto está gozando de un inesperado repunte de favorabilidad.
Por un lado, la canciller germana y su temido ministro de Finanzas encabezarían el grupo de los halcones que exige rigor fiscal y que se opone al inevitable haircut (recorte) de la deuda pública helénica. Por el otro, la izquierda europeísta, liderada por Hollande, que teme el contagio de la peste griega con su triste epílogo de colas frente a los cajeros automáticos.
Pero nada más lejos de la realidad. Porque releyendo los episodios de este culebrón, el monstruo se esconde al final de la caverna y como en el mito griego del Minotauro se necesitaría un hilo de Ariadna para llegar hasta sus profundidades más recónditas. Como sucede a menudo, el color de las ideologías suele esconder populismos de varias pelambres, con el resultado paradójico de que extremos opuestos terminan por favorecerse recíprocamente.
Extremistas de ambos bandos (en Atenas y en Bruselas) parecieran de acuerdo en torpedear el buen sentido. Mientras tanto, del otro lado del Atlántico, los pragmatistas de Wall Street y el propio Obama se rascan la cabeza. La pregunta que se hacen es: ¿pero a qué horas estos tontos se dejaron enredar por una economía que pesa solo el 2 % del PIB europeo?
Del mismo tenor es la pregunta que salta a la vista leyendo el último paquete de medidas presentado –in extremis– por Grecia a sus acreedores. ¿Qué tienen en común los sacrificios que se les piden a los jubilados griegos y el rasguño que se prospecta para la potente corporación de armadores griegos, que controla el 16 % del tráfico mercantil mundial? La respuesta, desde el punto de vista de la lógica política, sería: nada.
Sin embargo, el día que Tsipras sometió al voto parlamentario el paquete de medidas económicas, tergiversando –muy orondo– la respuesta que su pueblo depositó en el referéndum del día anterior, entre los que se abstuvieron o votaron en contra figuraban los más aguerridos diputados de la coalición de extrema izquierda. Allá, desde el fondo del aula, manifestaron su contrariedad al voto, sin pensar (o quizás no) que de hecho ese gesto era el mejor regalo a los potentes armadores que se asolean en sus kilométricos pánfilos por el Egeo.
Qué curioso que el voto de un puñado de parlamentarios de extrema izquierda favorezca los intereses de un sector que goza de exenciones fiscales –amparadas por el artículo 89 de la Constitución– y que, según cálculos de su misma corporación, les ha permitido acumular utilidades (sin pagar impuestos) de unos 140.000 millones de euros. Esto en tan solo diez años: los peores de la crisis griega. Como en Zorba el griego, los Niarchos y los Onassis bailando abrazados un improbable sirtaki con los abanderados de las clases más desposeídas.
Se calcula que los armadores griegos custodian 280.000 millones de euros en los bancos suizos. Pero ante la posibilidad de que contribuyan al esfuerzo del resto de la población, la respuesta ha sido de una candidez olímpica: “Si nos tocan, pues nos iremos con nuestra flota a Dubái o a Singapur”.
Con el poderío de una flota de 4.700 naves, los armadores griegos tienen casi un quinto del negocio naviero del planeta. ¡Se trata de un puñado de sociedades que posee en utilidades el equivalente de casi el 50 % de la deuda pública griega! ¿Acaso los extremistas de izquierda del parlamento griego desconocen esta situación? ¿Por qué votaron en contra? Porque (aquí y allá) el populismo, de cualquier matriz ideológica, así se comporta.
Camilo Ayerbe Posada
Camilo Ayerbe Posada
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