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El sangriento regreso de los bombardeos

La decisión de reanudar los bombardeos era necesaria para proteger la vida de los colombianos.

Juan Lozano
Hay alerta máxima frente a eventuales retaliaciones terroristas de las Farc. Ya incluso hay voces que atribuyen a la columna Daniel Aldana las acciones cobardes que en la noche del sábado cobraron la vida de otro patrullero en Tumaco. Por su parte, el coronel Márquez, comandante de Nariño, dijo: “No hay lugar a duda de que eso se trata de una retaliación frente a las acciones contundentes de la Fuerza Pública”.
El testimonio de un sobreviviente de la masacre de Buenos Aires, en el Cauca, dejó en claro que la orden de suspender bombardeos derivó en el fortalecimiento de la capacidad terrorista de las Farc. Tal vez ese ha sido el más costoso error cometido por el presidente Santos y por Juan Carlos Pinzón. Por eso se levantaron tantas voces para advertirlo. Y Santos terminó reculando otra vez. Pero era una reculada necesaria. Dolorosa, pero necesaria.
Y digo dolorosa, porque la reanudación de los bombardeos refleja una tragedia asociada con los diálogos estancados, con los engaños de las Farc y con todas las muertes que vienen por delante, muertes que no pueden alegrar a nadie. Y digo necesaria, porque la historia de nuestra lucha contra el terrorismo se divide en antes y después de los bombardeos, que han permitido recuperar por los cielos el terreno que habían ganado las Farc en la tierra protegiendo con minas sus cultivos, sus laboratorios y sus campamentos.
Roto el proceso del Caguán tras los abusos de las Farc y la reiteración de su actividad terrorista, el entonces presidente Andrés Pastrana logró que se comprendiera en Washington que esa guerrilla entonces se nutría de recursos del narcotráfico, que procedía con la lógica de una narcoguerrilla parecida a un cartel y consiguió la autorización para usar contra las Farc la ayuda aérea que brindaba Estados Unidos. Y ahí cambió todo.
Las enormes estructuras terroristas que se podían asentar impunemente en las proximidades de pueblos y ciudades, protegidas en tierra por el cerco de minas que ellos mismos habían sembrado, dejaron de ser un refugio seguro, amenazadas desde los aires, lo que produjo una disminución drástica de las tomas guerrilleras que duraban días enteros azotando poblaciones, esclavizando sexualmente a sus mujeres, reclutando a sus menores y masacrando la Fuerza Pública.
En ejercicio del mandato de Álvaro Uribe, las células terroristas que cometían actos bárbaros eran perseguidas por aire, impidiendo impunidad y fuga. Por aire se protegía la vida de contingentes militares y batallones de alta montaña que avanzaban por nuestra arisca geografía, recuperando el imperio del Estado en territorios que habían pasado al control de las Farc.
Con el inmenso poder disuasivo derivado de la capacidad de bombardear se acabaron las ‘pescas milagrosas’, los cercos guerrilleros y los secuestros masivos perpetrados por grupos que bajaban hasta las carreteras, cometían sus fechorías y volvían a subir alegremente hasta sus campamentos. Y, sobre todo, por aire se lograron los resultados más contundentes asociados con el abatimiento de importantes miembros del secretariado.
Por todo lo anterior, Santos debió prever la reacción de las Farc y ahora ha de tenerse duro, no dejarse intimidar, introducir las condiciones, correctivos y plazos que necesita el proceso para acelerar un acuerdo si es que existe una voluntad real de paz de las Farc.
Poniendo punto final a esta columna, me llega reporte de Carlos Barragán, “según allegados al grupo guerrillero, las Farc estarían pensando en suspender temporalmente los diálogos mientras analizan la situación”. Si Santos no afloja, desde la fortaleza del Estado aún podría firmar un acuerdo justo, sostenible y aceptable. Y que recuerde en esta hora difícil a su admirado Churchill: “Quien se humilla por evitar la guerra se queda con la humillación y se queda con la guerra”.
Juan Lozano
Juan Lozano
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