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El pesimismo contra la realidad

Echarles la culpa de todo lo malo que hay en el país al Presidente y al Gobierno no es racional.

Carlos Caballero Argáez
El pesimismo que se respira en el país está nublando la visión de mucha gente. Todo es malo y de todo lo malo tiene la culpa el presidente Santos. Es un pesimismo que carece de objetividad.
No es que el gobierno Santos sea una maravilla. Ha tenido desaciertos y ha cometido errores. Pero no hay una crisis económica. Los resultados empresariales del año anterior, que se han conocido en estos días, fueron excelentes; la industria está creciendo y una serie de indicadores han mejorado en las últimas semanas. Las gentes, sin embargo, o no se informan bien, o lo saben pero no lo reconocen.
La confianza de los industriales y de los comerciantes, medida por las encuestas de Fedesarrollo, ha repuntado recientemente –la de los consumidores no lo ha hecho–, lo que posiblemente muestre cifras positivas de crecimiento industrial en el primer trimestre del 2016. El Ministerio de Hacienda, por su parte, colocó una emisión de bonos de 1.500 millones de euros antes de la Semana Santa (con un costo alto, es cierto) y recibió ofertas por el doble de esa suma. La noticia pasó inadvertida en los medios.
El indicador de riesgo-país, que señala el atractivo de los bonos colombianos para los inversionistas (se calcula como el margen sobre la tasa del bono del Tesoro de los Estados Unidos, que se considera de cero riesgo), mejoró sustancialmente en marzo con respecto al mes inmediatamente anterior, lo que sí reportó la prensa el 22 de marzo (Portafolio, p. 17). De hecho, las tasas de la deuda pública colombiana bajaron muy rápidamente, lo que conviene a las finanzas públicas. Es verdad que esto ha pasado en otros países en desarrollo porque de nuevo resulta mejor invertir en los países emergentes que en Europa, Estados Unidos o Japón.
No solamente las tasas de interés por fuera son bajas o negativas; los riesgos de invertir en Europa o Estados Unidos se perciben elevados en la coyuntura actual. The Economist se preocupa por el impacto que sobre los inversionistas mundiales pudieran tener el revés político que sufrió la señora Merkel en las elecciones regionales en Alemania o un triunfo del señor Trump en la elección presidencial estadounidense el próximo mes de noviembre. Para no hablar de los ataques terroristas en Europa. En la política, además, se teme que ante la rebelión de los votantes contra el sistema, la respuesta sea la de “adoptar una vía populista, aumentar los impuestos para las empresas y elevar las barreras comerciales” (‘Overcoming their fears’, The Economist, 19 de marzo del 2016, p. 74).
Increíble: ¡de un mes para otro, se invirtió el balance de riesgos en el mundo! Eso explica que el movimiento de la tasa de cambio hubiera cambiado en dirección en las últimas semanas y que al escribir esta columna se encontrara muy cerca de los 3.000 pesos por dólar cuando, a mediados de febrero estaba por alcanzar los 3.500. Y, en cierta medida, que el precio internacional del petróleo oscile ahora alrededor de 40 dólares por barril y el del oro alrededor de 1.200 dólares la onza.
Yo mismo expresé mi pesimismo sobre el año en curso en una columna de enero, pero no tengo problema alguno en reconocer que las cosas han mejorado y en confiar en que continúen haciéndolo, si bien la incertidumbre y la volatilidad en los mercados parecen ser la característica dominante de este año calendario.
Echarles la culpa de todo lo malo que hay en el país al Presidente y al Gobierno no es, entonces, una actitud racional. Así a las gentes no les gusten ni el estilo presidencial ni las actuaciones gubernamentales. Una cosa es estar en desacuerdo y otra, muy distinta, es desconocer la realidad y dejarse dominar por el odio y el fundamentalismo. 
Carlos Caballero Argáez
Carlos Caballero Argáez
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