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El pecado del aborto

Este pecado es un lastre más de lo misógina que ha sido la historia con la figura de la mujer.

La discusión alrededor del aborto es válida, como lo es toda reflexión que se haga el hombre sobre el significado de la vida. Estar de acuerdo o no es casi irrelevante, pues lo importante es que en una sociedad haya correa suficiente para agotar el tema. Todos los pensamientos del ser humano merecen ser revisados porque nada en nuestra mente es blanco o negro, la gama de grises es infinita.
El tema del aborto es polémico porque involucra la vida como derecho; violarlo es un delito, pero lo más grave es que es pecado. Cuando la moral, con sus dobleces y sentencias absolutas, mete mano, los dilemas del alma, tan dignos de ser mirados desde muchos puntos de vista, son introducidos “a lo canalla” en una estructura de hierro, dentro de la cual no logran acomodarse a veces las volubles alternativas de los individuos. La vida es sagrada. Si así lo fuera para los preceptos fundamentalistas, la guerra debería ser condenada con la misma severidad. Pero matar gente por causa de la religión y de las glorias de las naciones se ha observado como un acto incluso honorable. Es una gran cosa defender la vida de los nuestros, así cueste la de otros. De modo que una afirmación tan vertical como “la vida es sagrada” tiene sus volteretas, porque hay veces que no lo es, según les convenga especialmente a los dueños de algún poder. La humanidad delira en su obsesión por repetirse, multiplicarse y matarse bajo parámetros absurdos y contradictorios.
El pecado del aborto es exclusivo de la mujer, y en nuestro caso la ley divina es inflexible. En la mujer recae el castigo por tener los ovarios para enfrentarse a sí misma en el momento más visceral que pueda existir, al decidir interrumpir el desarrollo de una semilla de vida (cosa bien distinta del acto de asesinar), aun en el caso de haber sido engendrada sin su voluntad. A las mujeres, de verdad, nos ha ido mal en la distribución de los pecados. El hombre se libró de unos cuantos, y también de este, el del aborto, que es un lastre más de lo misógina que ha sido la historia con la figura de la mujer. Abortar es una experiencia perturbadora y peligrosa en ocasiones, no es un anticonceptivo y ojalá pudiera evitarse, pero sí es una opción que, debidamente considerada en sus circunstancias, podría regularse con sensatez y sin fanatismos, pero sobre todo respetarse, en nombre de nuestra íntima y subvalorada libertad.
Margarita Rosa de Francisco
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