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El Papa y Trump

La historia reciente muestra cómo el nacionalismo populista se transforma en expansionismo y guerra.

El papa Francisco ha dicho que es muy temprano para dar un juicio sobre Trump. Y ha añadido que le preocupa el surgimiento de los populismos que dieron lugar a gobiernos como el nacionalsocialismo de Hitler. Tiene razón para estar inquieto. Trump ha mostrado que es populista y nacionalista, dos cosas juntas que han causado estragos a la humanidad.
El Trump populista hace un discurso contra todo lo de Obama y contra las empresas norteamericanas en el exterior, estigmatiza a grupos de migrantes, ridiculiza a las mujeres. Es el dueño de la verdad: “Los medios de comunicación niegan la multitud que estuvo en mi posesión”. “Mienten sobre el número de musulmanes detenidos en aeropuertos”. Qué importa que los datos reales muestren lo contrario. Él decide qué es cierto y qué es falso. Él es el “estado de opinión”. Las cosas son verdad porque él lo dice.
El Trump populista impone el 'trickle down', que favorece a los acaudalados en propiedades, empresas y finanzas; pues si los ricos ganan más, la bonanza caerá hacia abajo, ‘por goteo’, para todos. Esta es la economía del 1 por ciento que tiene la mitad de la riqueza del mundo; mientras cerca de mil millones carecen de lo más básico y una inmensa multitud lucha endeudada para mantenerse como clase media. Este es el presidente de consumos injustos, carros de millones de dólares y caprichos extravagantes, que encarna en dinero y poder el sueño norteamericano. El ciudadano ideal del mayor desarrollo del capitalismo de Wall Street. Por eso lo eligieron, por eso nos lo ofrecen como ejemplo.
El Trump nacionalista es todavía más complicado. Por supuesto, tiene razón en defender la producción y el empleo en su país. Pero las soluciones simplistas que presenta desencadenan una avalancha de problemas internacionales. Sus arengas para levantar el entusiasmo de ser la nación suprema que se basta a sí misma y se autodeclara prioridad del mundo movilizan las pasiones más bajas de quienes buscan un líder que les permita probar que son los más importantes y los más berracos. Mientras el símbolo de construir un muro para separarse de México, cobrado a los mexicanos, exacerba la obsesión nacionalista de ser los distintos, los mejores, los que no tienen por qué juntarse con pueblos inferiores.
Esta nación envalentonada puede aislarse para disfrutar de sus riquezas y destruir su naturaleza, como el granjero rico del Evangelio sorprendido por la muerte cuando se encerró a gozar de sus posesiones. Total, hoy, nosotros unidos, los del resto del planeta, podríamos vivir mejor sin los Estados Unidos de Trump. Pero no estamos tranquilos. El nacionalismo de búnker, encerrado en un muro, codicia los negocios que están afuera y puede hacer valer su poder de tecnología militar y miles de cohetes de ojivas nucleares. Su líder ha expresado que está dispuesto a ir por los terrorismos y movilizaciones que juzgue amenazas contra la gente y la economía de la nación que se considera la más importante del planeta.
Basta mirar en la historia reciente la manera como el nacionalismo populista exasperado se transforma en expansionismo y guerra. Por eso el papa Francisco está preocupado.
Lo triste es que las mayorías cristianas votaron por Trump. Y así mostraron la realidad de un liderazgo espiritual torpe en las iglesias, que permite y contribuye a la manipulación de la sensibilidad religiosa. ‘Vote contra el aborto, vote Trump’, decía la campaña populista, y votaron por Trump el 84 por ciento de los evangélicos y el 52 por ciento de los católicos. Así fue también hace 85 años, cuando las mayorías cristianas apoyaron al nacionalsocialismo manipulados con la consigna ‘Vote contra el comunismo, vote Hitler’. Y ese voto cristiano, carente de líderes capaces de discernir, contribuyó al estallido de la guerra más bárbara de la historia.
Francisco de Roux
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