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El Papa de los gays

Todo está servido para que el Papa Francisco acepte el matrimonio homosexual.

Paola Ochoa
Soy hincha del Papa Francisco. Lo soy desde el primer día que asumió las riendas de la Iglesia. Me gusta el desparpajo con el que anda. Me encanta la espontaneidad con la que conversa con la prensa. Y me gusta cuando se sale del libreto, como lo hizo hace dos semanas con “Laudado Sí”, su primera encíclica papal sobre el calentamiento global. Dicen que es lo más revolucionario que ha escrito la Iglesia Católica desde que León XIII habló del derecho de los trabajadores a agruparse en sindicatos. Hoy, 124 años después, los industriales del mundo están nuevamente furiosos con la Santa Sede por meterse en temas que no son de su incumbencia.
Personalmente, me fascina lo que hizo el Papa Francisco: alertar sobre el peligro de la destrucción de los ecosistemas y su efecto sobre las personas más pobres del planeta. Desafortunadamente, su encíclica no va a influenciar las políticas económicas y energéticas venideras. Ninguna corporación va a dejar de contaminar los ríos y lagos por lo que dice el Vaticano. La miopía del dinero no los deja ver cuánto se les está yendo la mano.
Si de veras el Papa Francisco quiere transformar el futuro de la humanidad y lograr un golpe de opinión global, tendrá que meterse con otro tema verdaderamente controversial: el matrimonio homosexual.
Un asunto vital para no seguir perdiendo adeptos frente a otras iglesias como la prebisteriana, que ya lo aceptan sin ninguna tara. Eso lo sabe bien el Papa y por eso ha venido dando algunas puntadas. En una entrevista publicada en septiembre de 2013, dijo que la iglesia católica debería mostrarse más comprensiva con la homosexualidad o, de lo contrario, “se arriesgaba al colapso de toda su estructura de moralidad como una torre de naipes”.
Para evitar que eso suceda, el Papa Francisco tiene que meterse a fondo con el tema. Lo que acaba de pasar en Estados Unidos es histórico. El viernes pasado la Corte Suprema declaró legal el matrimonio homosexual en todo el país. Un hito sólo comparable con la conquista del voto negro y el voto femenino. Ya verán como la campaña presidencial se va a mover en torno a ese punto (que Hillary Clinton deberá capitalizar).
Lo que pasó en Irlanda es otra prueba del giro mundial en esta materia. Irlanda, un país ultra-católico, acogió por voto popular el matrimonio homosexual. Eso y la aceptación de las uniones del mismo sexo en la otrora España visigoda han sido los más duros golpes recientes contra la doctrina de la Iglesia Católica. Casi 20 países en el mundo permiten hoy el matrimonio homosexual.
El Papa Francisco tiene la oportunidad de detener la persecución histórica de la iglesia contra los homosexuales y los actos de sodomía. Desde la condena en la hoguera dentro de la persecución de herejías en el año 390, hasta la castración del pene en el siglo séptimo, pasando por la homofobia de Tomas de Aquino y Agustín en el Siglo 13 y las decapitaciones con guillotina por más de cuatro siglos.
Aún existen en el mundo más de 70 países donde ser homosexual es considerado un crimen que se castiga con pena de muerte o cárcel. ¿No es hora de detener ya todo ese mar de sangre? ¿De dejar de sembrar tanto odio y resentimiento? ¿De no seguir educando a nuestros hijos con el cuentico de que ser homosexual es un pecado que está mal?
Lo digo por experiencia propia. Nací en Medellín en una familia católica y machista. Crecí oyendo hablar pestes de los homosexuales. Ser marica era pecado. Que un hijo naciera homosexual era un castigo divino que tenía que ocultarse.
Mi perspectiva del mundo cambió cuando conocí en la universidad unos amigos homosexuales. Años más tarde, conocí un grupo de gays dentro mi familia política. Es increíble lo mucho que han tenido que sufrir a lo largo de sus vidas. Personas maravillosas, personas humanas, personas cuyas uniones están fundamentadas en el amor y en el respeto y no en las apariencias de los dogmas.
Yo no quiero ese sufrimiento para mis hijos. No quiero que aprendan que lo importante en la vida es la orientación sexual y no la decencia y la humanidad. Por eso no me casé por la Iglesia católica. Por eso tampoco he querido bautizar a ninguno de mis tres hijos. Por eso no voy a misa desde que tenía 20 años. Por eso y por tres cucarachas más que nos metieron en la cabeza: que el sexo prematrimonial era pecado, que masturbarse era pecado y que las mujeres -desde Eva- éramos la fuente de todos esos pecados. Tremenda cruz la que nos ha tocado cargar a homosexuales y mujeres durante todos estos años. Volveré a la Iglesia Católica cuando cambie su diatriba homofóbica y misógina.
Si Platón, Aristóteles, Cicerón, Aquino y Agustín sembraron las bases de tanto odio por generaciones, nosotros como jóvenes podemos sembrar las bases del nuevo amor. En las redes sociales se iniciaron los movimientos que llevaron al triunfo del matrimonio homosexual en Estados Unidos, Irlanda y en los casi veinte países donde ya es legal. Nosotros también podemos hacer lo mismo.
Quien quita que en la Santa Sede se escuchen nuestras súplicas y el Papa Francisco nos haga el milagrito.
Paola Ochoa
En Twitter: @PaolaOchoaAmaya
Paola Ochoa
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