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El mayor avance en la ciencia fue...

El sistema para editar genes CRISPR-Cas9 sería la Miss Universo científica 2015.

Al estilo de los reinados universales de la belleza, la prestigiosa revista Science selecciona el mayor avance científico del año (el presentador no ha sido nunca Steve Harvey). Hay jurados y votación del público, y los finalistas se van eliminando uno tras otro. Este año estuvieron entre ellos la exploración de Plutón por la sonda New Horizons, la vacuna contra el ébola, algunas pruebas de la existencia del entrelazamiento cuántico y un estudio sorprendente que demostró que el 64 por ciento de los estudios de psicología no son reproducibles.
Pero el ganador fue... el sistema para editar genes CRISPR-Cas9. Puedo imaginar algunas caras de desconcierto, por lo que trataré de explicar. Hace más de 20 años se descubrió, en algunas bacterias, la existencia de unas secuencias de ADN que parecían no codificar para nada. Eran agrupaciones de segmentos cortos palindrómicos (que se leen igual en las dos direcciones, como ‘AnitalavalatinA’).
Hace unos 10 años, un microbiólogo danés que trabajaba en la industria láctea descubrió que esos palíndromos se encuentran también en algunos de los virus que atacan al microorganismo con el cual se produce el yogur. Postuló que podían ser un sistema inmune de las bacterias, y mostró que una cepa con cierta secuencia es resistente al ataque de los virus que tienen esa misma secuencia. Con eso mejoró la producción de yogur. No probó la hipótesis, pero su éxito fue un indicio de que estaba en lo cierto.
En el 2012, dos bioquímicas, una americana y una sueca, describieron el sistema y lo llamaron CRISPR (un acrónimo en inglés que hace referencia a esas secuencias). Además, explicaron que el producto de los palíndromos, unido a una enzima (Cas9), forma unas tijeras moleculares que cortan con precisión el virus.
Todo muy interesante, pero lo que lo hace útil es que en una célula como las nuestras, ayudada por sus sistemas propios de corrección y una secuencia guía, puede corregir con extraordinaria precisión errores en cualquier gen. Muchas de las enfermedades genéticas se deben a una mutación puntual –un error de mecanografía que se hace cuando se copia la información de una generación a otra–. Si esos errores se corrigieran en el cigoto, se curaría no solo al individuo sino a toda su descendencia.
Hay problemas, por supuesto. El primero es una guerra por la patente. Si el sistema responde a las expectativas, va a generar una gran cantidad de aplicaciones, y con ellas, miles de millones de dólares en regalías. Las investigadoras que describieron el sistema solicitaron una patente, pero también lo hicieron investigadores de otras universidades que ya han reportado aplicaciones experimentales, en insectos, plantas y células de mamíferos. Eso no va a interferir con el desarrollo científico, simplemente va a desplazar buena parte de las regalías a los bufetes de abogados.
Un problema mayor es el de ponerle límites éticos a la aplicación. Hace unos 40 años, en los inicios de la ingeniería genética –que ha dado tantos y tan buenos resultados–, los investigadores declararon una moratoria y se reunieron para fijar las condiciones de bioseguridad y los límites para su uso. Hoy, de igual manera, se reunió un grupo de científicos para definir, antes de usar la nueva técnica, qué más se necesita saber, cuántos experimentos previos hay que hacer y cuáles serán los estándares de seguridad y de ética que deban aplicarse.
A muchos les horroriza cualquier intervención en los genes de un ser vivo. Dicen que eso es jugar a Dios. Pero esta intervención posiblemente no se diferenciará en el futuro de una cirugía para corregir el labio leporino. No pasará mucho tiempo antes de que sepamos si CRISPR-Cas9 fue de verdad la Miss Universo científica 2015.
Moisés Wasserman
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