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El dolor de una madre cuando pierde a un hijo

¿Cómo podría empezarse a escribir sobre un libro que desgarra el alma durante la lectura?

¿Cómo podría empezarse a escribir sobre un libro que, por el suceso que revela, nos desgarra el alma durante la lectura? Pienso que reconociendo primero el valor de una mujer para asumir su propio duelo y contarlo sin falsedades en un relato lleno de belleza literaria, donde aflora el amor de una madre que debe entender la realidad de la partida de su hijo, víctima de una enfermedad que a veces los medicamentos no pueden controlar. También señalando que una historia contada en primera persona por alguien que suma a su inmenso amor de madre un inusitado talento narrativo tiene los ingredientes para conmover al lector. Sobre todo cuando esa historia es algo que nunca hubiera querido escribir esa mujer que tuvo para con su hijo una dedicación sin horarios.
‘Lo que no tiene nombre’, el libro que Piedad Bonnett escribió bajo el peso de una tragedia familiar, no es un relato donde se cuente con imaginación desbordada un suceso que haya marcado a una comunidad, como lo hacen los novelistas cuando escriben sobre una realidad social o sobre un hecho histórico. Lo que el lector encuentra en estas páginas es la narración desgarradora de una madre sobre el drama vivido por su hijo antes de tomar la determinación de quitarse la vida. Daniel Segura Bonnett, el hijo de la escritora, fue un muchacho afortunado que lo tuvo todo para ser feliz. Pero le puso fin a su existencia el 14 de mayo del 2011 lanzándose del quinto piso de un edificio en Nueva York.
¿Por qué razón el libro de Piedad Bonnett sobre el drama que vivió su hijo es tan estremecedor? Porque es el relato de una madre que en medio de su angustia tiene la lucidez para hacerse preguntas que no tienen respuesta. ¿Qué puede sentir una mujer con sensibilidad artística cuando recibe la noticia de que su hijo se ha suicidado? Nada distinto a un dolor clavado en el corazón ante la impotencia de no haber podido hacer algo para evitar la tragedia. En este caso, esa impotencia se traduce en desazón interior. ‘Lo que no tiene nombre’ es, por lo tanto, una especie de catarsis para asumir la realidad. Una manera de gritarle al mundo su dolor. Esconder esa verdad no le da tranquilidad. Por eso la revela, logrando que “lo conversado en el comedor de la casa no se guarde en el mantel”.
La muerte de un hijo es el golpe más fuerte que una madre puede recibir. Sobre todo cuando esa muerte sucede de manera trágica. En este sentido, lo que hace Piedad Bonnett con este libro desgarrador desde la primera línea es expresar su tristeza y, además, rendirle un homenaje a los sueños de ese hijo que quiso ser pintor, enseñándole al lector sus preocupaciones existenciales, sus momentos de intranquilidad, su percepción sobre el arte. Daniel Segura Bonnett lo tenía todo para triunfar. Pero en el momento en que un médico le diagnostica esquizofrenia, su existencia cambia en forma radical. Se convierte, entonces, en el centro de atención de la madre. Y ella, entregándole todo su amor, convencida de que puede ayudarlo, no ahorra esfuerzos para procurarle lo mejor para su tratamiento.
Piedad Bonnett transmite al lector, en una prosa elaborada con fruición, su angustia de madre desesperada. Desde la primera página, cuando narra su llegada al apartamento en Nueva York para recibir los restos mortales, el libro se va convirtiendo en la narración de un drama humano que sacude el alma. El suceso en el avión en que regresan de Brasil, que obliga a la familia a quedarse en Lima mientras Daniel es tratado, está narrado con el dolor propio de una madre que se siente impotente ante las circunstancias difíciles que vive el hijo. Como lo dijo Lisandro Duque Naranjo, la narración no cae en lo patético, y mantiene al lector “al borde de la conmoción”. La calidad narrativa no decae ni siquiera cuando la autora hace cuestionamientos de carácter ético, emocional o científico.
Piedad Bonnett se sumergió en la lectura de libros que explican por qué la esquizofrenia desencadena, en muchos casos, en suicidio. Quería entender las razones que llevaron a Daniel a “volar para liberarse de su sufrimiento”, como lo dice Renata, su hija. Y la única explicación lógica que encuentra es que durante varias semanas Daniel dejó de tomar los medicamentos que lo mantenían controlado. Cayó, entonces, en un estado de depresión. De esa incertidumbre sobre lo que pasó en ese último momento, brota una historia llena de dolor que, sin embargo, se convierte en una hermosa memoria donde la madre rinde homenaje al hijo, como para que siga viviendo en el recuerdo de quienes lo conocieron. Escribir el libro fue una forma de asumir su duelo.
José Miguel Alzate
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