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El día de la marmota

A veces parecería como si el tiempo entre nosotros no pasara ni ocurriera.

La película es muy famosa y muy buena y se llama en inglés 'El día de la marmota' ('Groundhog day'), aunque en español tiene otro nombre que se le parece mucho: 'Atrapado en el tiempo'. Es la historia de un antipático meteorólogo, Phil Connors, que trabaja prediciendo el clima en un canal de televisión en Pittsburgh, y un 2 de febrero tiene que ir a un pueblo de Pensilvania, Punxsutawney, a cubrir ese ritual folclórico y real en el que una marmota, desde su madriguera, anuncia cuánto más va a durar el invierno.
Connors hace la transmisión del evento con gran desprecio y aburrimiento, y apenas termina se monta en una camioneta para irse de ese pueblo como alma que lleva el diablo. Una tormenta de nieve lo retiene, sin embargo, y le toca pasar la noche allí. Al otro día, en la habitación de su hotel, suena el despertador y el tipo se despierta y es otra vez el mismo día de la víspera, el 2 de febrero. Al otro día igual, y al otro día, y al otro día. Todos los días son el mismo día, siempre el 2 de febrero. Sin fin. Esa es la trama de la película.
Una película que en Colombia uno puede darse el lujo de vivir y padecer a diario –ese es el chiste– con un método sencillísimo que consiste en leer periódicos viejos o incluso libros de historia o de recuerdos, o frecuentando esa deliciosa y aterradora sección de la prensa que se suele llamar ‘Hace 10 años’, o ‘Hace 25 años’, o ‘Hace 50 años’ o ‘Hace 100 años’ (!). La abre uno y allí están siempre las mismas caras, los mismos nombres, los mismos problemas y las mismas soluciones. El despertador en la misma fecha, el día de la marmota.
No faltará el escéptico o el positivista o el científico social (en ese orden de ideas, o incluso en cualquier otro) que diga que exagero. Y es cierto: Colombia ha cambiado y ha progresado mucho y en muchos aspectos, y negarlo es negar una serie de evidencias y de hechos que riñen con esa visión de lo nuestro que suele ser flagelante y apocalíptica. Porque además no hay sociedad que no cambie, obvio, aun por razones inerciales e inevitables. Pero esa es una discusión tan larga y tan compleja y tan válida, la del vaso medio lleno o medio vacío, que apenas si puedo mencionarla aquí.
Pero lo otro también es cierto, y es que a veces parecería como si el tiempo entre nosotros no pasara ni ocurriera; como si volviera a empezar todos los días, en el mismo sitio, a la misma hora, con la misma gente. Hace poco este periódico –que se llame EL TIEMPO no deja de ser una ironía– colgó en internet una selección de algunas de sus páginas hace 15 años. Da risa y terror verlas, porque es como si estuvieran ocurriendo hoy mismo. En una de ellas, el Gobierno promete una profunda reforma del Estado para acabar con la corrupción; hay un proceso de paz con las Farc. En otra, se habla del metro de Bogotá.
¿El metro de Bogotá? Sí. También de él se habla en una página de EL TIEMPO el 14 de octubre de 1979: es el ‘Concurso público de méritos para el estudio de factibilidad del metro para Bogotá’. El 22 de abril de 1988, también en este periódico, hay una gran noticia: ‘En mayo adjudicarán el metro de Bogotá’. El 3 de octubre de 1978, diez años antes, se anuncia con júbilo: ‘Comenzarán excavaciones para el metro de Bogotá’. El 6 de octubre de 1977 dice el viceministro de obras públicas, Javier Restrepo Toro: ‘El metro no es solución’.
Menos mal, ante tantos datos, hay una noticia que de veras tonifica el alma: la da EL TIEMPO el 25 de agosto de 1978, con un titular que no admite dudas ni vacilaciones: ‘Se construirá túnel de 15 kilómetros en La Línea’. Y tengo más recortes, parece que fue ayer.
Pero de ellos hablaré mañana cuando haga esta columna para hoy.
Juan Esteban Constaín
catuloelperro@hotmail.com
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