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El desastre venezolano

El cuadro social y político es aún más alarmante. Los niveles de pobreza son hoy peores que en 1999.

“¿De dónde eres”?, preguntó. “De Barranquilla, ¿y tú?”, devolví la pregunta. “Yo era de Venezuela, pero ya no sé de dónde vengo” fue la respuesta de aquel desconocido que se acercó a la cafetería de la terminal nacional de El Dorado, sediento de conversación, en una fría madrugada el año pasado.
No es el único exiliado con el alma perdida por las catástrofes de su país. Pero sus palabras me causaron fuerte impresión y las recuerdo desde entonces, una y otra vez, con cada noticia sobre Venezuela.
De mal en peor. Entre las últimas, el presidente Maduro anunció que la jornada laboral de los empleados públicos sería solo de “dos días” a la semana, con el fin de ahorrar energía. La tasa de homicidios del primer trimestre del año, según cifras oficiales, supera la del mismo trimestre del pasado, ya en niveles más altos del 58 por 100.000. Polar, la emblemática cerveza que en algún momento conquistó el mercado regional, dejará de fabricarse.
‘Venezuela se apaga’ fue el titular de El Espectador, con un mensaje más amplio que el de los graves recortes de luz en uno de los países petroleros más importantes del mundo.
Son apenas algunos de los desarrollos recientes de un cuadro trágico, expuesto en un informe de The Economist dos meses atrás.
La inflación el año pasado habría estado cerca del 200 por ciento; este año se dispararía a 700 por ciento. El déficit fiscal está por las nubes. El producto interno bruto cayó 10 por ciento en el 2015, el “peor comportamiento económico del mundo”. La escasez de alimentos no se traduce solo en colas insoportables, sino en desnutrición general.
El cuadro social y político es aún más alarmante. Los niveles de pobreza son hoy peores que en 1999. La inseguridad anda desbordada desde hace tiempo. Es notable la preocupante trayectoria de la prensa independiente hacia la desaparición. Las medidas de la Asamblea Nacional, incluida la amnistía para los presos políticos, son frenadas por los tribunales que controla el Ejecutivo.
La oposición, que tras las elecciones de diciembre es mayoría en el Congreso, ha decidido recurrir a la convocatoria de un referendo revocatorio, como camino constitucional para buscarle salida a la crisis.
Es un procedimiento bastante “espinoso”, como lo relatara un informe de la corresponsal de EL TIEMPO. Primero fueron los retrasos de las autoridades electorales, también controladas por el Gobierno, para darle luz verde a la recolección inicial de firmas. Las firmas recolectadas superaron con creces la cifra requerida. Pero faltan muchos obstáculos por vencer. Y una nueva vuelta de recolección de firmas y verificaciones.
Maduro buscaría ganar tiempo. Como hizo Chávez frente a la posibilidad de su propia revocatoria en el 2004. Chávez estaba a la espera de beneficiarse de mejores precios petroleros. En esta ocasión la estrategia sería dilatar el referendo hasta que se agoten los tiempos y así el resultado de la revocatoria, en vez de conducir a nuevas elecciones, dejaría el poder en manos del Vicepresidente.
La necesidad de considerar el caso venezolano dentro de las estipulaciones de la Carta Democrática, aprobada por la Organización de los Estados Americanos en el 2001, parece evidente. Es lo que hoy contempla su secretario general, Luis Almagro, quien ha mostrado su preocupación por la suerte venezolana en repetidas ocasiones.
Otro informe reciente de The Economist comparó la experiencia Venezolana con Zimbabue en la década pasada, por la similitud de las políticas económicas y sus desastrosos resultados, así como por las tendencias autoritarias de ambos regímenes. La comparación es desalentadora. Mugabe, el presidente de Zimbabue desde 1987, sigue en el poder.
Eduardo Posada Carbó
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