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El democratismo contra la paz

La democracia no debe ser un obstáculo para la paz pues no hay nada más democrático que la paz.

“Nada es más peligroso para la democracia que el exceso de democracia”. Esta frase, de Norberto Bobbio, es un excelente epílogo de la discusión que adelanta el Congreso sobre las iniciativas legislativas presentadas por el Gobierno para facilitar la refrendación democrática de los acuerdos de La Habana.
Los amantes de última hora de la democracia se han dedicado a sabotear tanto el acto legislativo de implementación del acuerdo de paz como el proyecto de ley que bajó al 13 por ciento del censo electoral el umbral de aprobación del plebiscito que lo validaría, mediante argumentos de “democratismo” exacerbado y artimañas para dilatar el trámite parlamentario.
Respecto del acto legislativo, afirman que altera la esencia del procedimiento parlamentario al reducir el número de debates y la capacidad deliberativa de las cámaras. Sin embargo, ignoran que no existe evidencia de que la cantidad de debates mejore el contenido de las decisiones que emanan de las asambleas deliberantes. La democracia, como lo ha probado una masa enorme de teoría democrática empírica, es apenas un método que carece de valor epistémico y por lo tanto no garantiza la toma de mejores decisiones.
Lo que sí constituye un peligro inminente, ilustrado por la experiencia internacional en procesos de reconciliación similares, es que la demora en el cumplimiento de los compromisos pactados aumenta el riesgo de que resurja la violencia. La celeridad en el primer año de implementación de los acuerdos resulta crítica para el éxito de la pacificación: los procesos de Angola e India fracasaron por la falta de efectividad legislativa, entre otras razones; Bosnia, El Salvador e Irlanda del Norte son, por su parte, ejemplos de éxito gracias a la ejecución expedita de los acuerdos. De ahí que no tenga sentido arriesgar el éxito del proceso solo para garantizar los tradicionales ocho y cuatro debates parlamentarios en la aprobación de leyes y actos legislativos.
En lo que concierne al proyecto de ley que flexibilizó las condiciones de aprobación del plebiscito por la paz, la oposición recurrió a fundamentalismos similares, desconociendo el hecho de que la democracia participativa ha sido un fracaso rotundo en el país debido, en buena medida, a la exigencia de umbrales exorbitantes. Por esta razón, no solo el plebiscito sino los demás mecanismos de participación ciudadana desarrollados por la fallida Ley 134 de 1994 debían reformarse con umbrales bajos que promuevan la movilización ciudadana y no el abstencionismo, como ocurre en el estado actual de cosas. El nuevo estatuto de participación (Ley 1757 del 2015) significó un gran avance en la materia, pero se quedó corto en el establecimiento de umbrales razonables: aunque el referendo ahora solo exige la participación del 25 por ciento de electores, el plebiscito sigue necesitando la estrambótica participación de la mitad del censo electoral para ser aprobado.
Recordemos que no existe obligación jurídica de refrendar popularmente los acuerdos de La Habana, pues la Ley de Orden Público (418 de 1997) faculta al Ejecutivo para lograr el fin del conflicto armado, prescindiendo de mecanismos de validación democrática. La refrendación es, entonces, una decisión discrecional –y generosa– tomada por Juan Manuel Santos para reforzar la legitimidad democrática del proceso. Escribo “reforzar” porque los acuerdos ya cuentan con el apoyo popular, dado que el Presidente representa a todos los colombianos y en la segunda vuelta electoral, que ganó en junio del 2014, recibió el mandato popular de firmar la paz.
A lo anterior cabe agregar que en Colombia la paz es un derecho fundamental que no está sujeto a las veleidades de las mayorías, y por lo tanto el Presidente podría perfectamente decretarla en cumplimiento de un mandato constitucional. No obstante, es muy probable que el Gobierno asuma el riesgo de someterla a las urnas. Se trata de un riesgo moderado pero, a mi juicio, innecesario. Moderado, porque este pulso electoral ya se ganó en el balotaje del 2014 y además contaría con el impresionante impulso de la maquinaria del Estado en caso de que se realice el plebiscito. Pero sigue siendo un riesgo porque los electorados pueden llegar a ser muy desagradecidos: Winston Churchill ganó la Segunda Guerra Mundial y perdió las elecciones apenas unas semanas después. Por fortuna, tampoco es seguro que las Farc terminen apostándole a la refrendación, y en tal caso sería todavía más absurdo que se frustrara el fin del conflicto por la inaplicación de procedimientos omisibles.
En definitiva, la democracia no debe convertirse en un obstáculo para la paz, justamente porque no hay nada más democrático que la paz. La democracia es ante todo un poderoso mecanismo de pacificación social, un medio y no un fin. Gracias a ella, los seres humanos se matan menos, como lo prueba toda la literatura que alimenta la teoría de la paz democrática. Sería un exabrupto que los colombianos la patentáramos como el nuevo combustible de la guerra.
JOSÉ FERNANDO FLÓREZ RUIZ
Abogado y politólogo, profesor de la Universidad Externado de Colombia
@florezjose
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