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El CVY del posconflicto

Este no es un momento para reformas tributarias o para quemar la reconciliación de Colombia.

GABRIEL SILVA LUJÁN
Hoy se cierra una de los periodos más duros y sangrientos de nuestra historia. La firma de los acuerdos de paz entre el Estado colombiano y la guerrilla de las Farc le da inicio a una nueva Colombia. Quizás desde la Independencia, el fin de la guerra de los Mil Días y el Frente Nacional, hitos todos seminales en la construcción de un país libre y en paz, no se vivía un momento tan decisivo como el de hoy. La grandeza de lo que está ocurriendo en este momento en Cartagena solo la podrán dimensionar en su completa magnitud las próximas generaciones.
Vivir en el contexto de una significativa reducción de la criminalidad, la violencia, el terrorismo, los abusos de los derechos humanos y el narcotráfico tiene, obviamente, un profundo impacto positivo en la calidad de vida de todos, que se extiende al país entero y va mucho más allá de las zonas donde ha sido más intenso el conflicto. Aun así, la gente termina acostumbrándose a la paz. Y razón tiene, dado que lo normal es ese estado de cosas, la cotidianeidad esperada, en una democracia.
La suspensión de hostilidades que se ha experimentado por un año largo ha traído una sensación de seguridad y tranquilidad no experimentada en 50 años. A pesar de la trascendencia de lo que ello significa, la sociedad se termina echando al buche esos dividendos.
La paz –con todos sus evidentes beneficios– conduce a una segunda derivada. Ineludiblemente, se van a exacerbar las expectativas de cambio social, las exigencias por una más amplia generación de oportunidades, las demandas por mayor igualdad. Muy rápidamente el país pasará de la euforia y el regocijo –al que justificadamente tenemos derecho el día de hoy– a preguntarse “cómo voy yo” en la era del posconflicto. Financiar las connotaciones fiscales de los acuerdos de paz no es el problema; el desafío es financiar el CVY. Todos van a querer un pedacito y habrá que dárselo si queremos una paz “estable y duradera”.
Eso hace de la paz una cuestión vital de economía política. El imperativo del éxito histórico del proceso debe subordinar todas y cada una de las decisiones de política pública. Ya no basta con reparar aquí o allá.
Uno se pregunta si Franklin Delano Roosevelt –tratando de salvar a su país de la depresión– se hubiera puesto a ponderar si se vería bonito o aceptable para los expertos de entonces la aplicación de una eficaz estrategia keynesiana de expansión monetaria y fiscal.
¿Era posible la reunificación alemana sin romper la severa ortodoxia monetaria y fiscal que ha caracterizado a los germanos? ¿Dónde estaría Europa si no se pone en marcha el Plan Marshall, que contuvo el comunismo y condujo a la UE? ¿Qué hubiera acontecido si después de la Guerra Civil estadounidense el país no se endeuda hasta las orejas para integrar a un país ferozmente dividido? ¿Qué sería de nuestra independencia si Francisco de Paula Santander no logra los empréstitos ingleses?
Este no es un momento para reformas tributarias o para quemar la reconciliación de Colombia como ofrenda vacua en el altar de la regla fiscal. Además, no hace sentido embarcarse en un ejercicio de reforma tributaria sin conocer los desarrollos que ocurrirán durante el periodo legislativo especial del que, sin duda, saldrán nuevos lineamientos para la función pública. En la seriedad ortodoxa del presidente Santos –como buen exministro de Hacienda– y la de Mauricio Cárdenas –sin duda, uno de los grandes en esas materias– estas ideas les deben parecer una herejía. Hay encrucijadas en la vida de los pueblos en las que las herejías son la única salida para construir un destino diferente.
Dictum. ‘¿Quo vadis?’
GABRIEL SILVA LUJÁN
GABRIEL SILVA LUJÁN
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