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El cambio de costumbres II

El comportamiento sexual libre ha dignificado costumbres que se habían calificado de ilegítimas.

Hasta no hace mucho, la unión matrimonial solo era bien vista entre personas de sexo diferente, pues, en principio, lo que se buscaba con ella era protocolizar el marco adecuado para perpetuar la especie dentro de las costumbres tenidas como correctas y al amparo de las leyes impuestas por la sociedad, es decir, con el aval de la “moral objetiva”.
Actualmente, en algunos países la sociedad no ha encontrado inconveniente que el matrimonio pueda realizarse también entre individuos del mismo sexo, haciendo abstracción de su finalidad primigenia, invocándose principios tales como la autonomía de la persona y el libre desarrollo de la personalidad. Entre nosotros, es muy probable que a corto plazo las altas cortes y el Congreso le den vía libre.
El acto sexual, considerado antes un asunto íntimo, reservado, y hasta catalogado de pecaminoso, se convirtió en algo prosaico, despojado de prejuicios o de tabúes. Hoy entró a formar parte de las costumbres comunes y corrientes, como ha sido el baile, que es un abrazo de la pareja ante los ojos de todos, sin suscitar suspicacias (se excluye, tal vez, el baile de la champeta). Para corroborar esa aceptación, pongo como ejemplo la naturalidad con que aparece en este periódico la columna dominical suscrita por la experta en relaciones sexuales Esther Balac, quien, sin tapujo alguno, dicta cátedra sobre la materia, como si fuera una clase teórica para aprender a bailar. Otra muestra: los anticonceptivos orales y los condones ya no se compran subrepticiamente, sino que se incluyen en la canasta familiar para suministrarlos a los jóvenes con intención de prevenir problemas embarazosos luego de practicado el sexo.
Sin embargo, aún se mantienen ocasionales reservas. En la TV se advierte que el programa que se va a presentar no contiene escenas de sexo o violencia y, por lo tanto, puede ser visto por toda la familia, queriendo significar que en ciertas circunstancias el tema del sexo “no es recomendable”.
Si el matrimonio era la puerta de acceso a la relación heterosexual lícita, en la actualidad el progresismo social le ha suprimido toda barrera o impedimento moral, y hasta biológico. Al abrirse las puertas del clóset, la homosexualidad adquirió carta de ciudadanía. En efecto, el comportamiento sexual libre ha dignificado costumbres que habían sido calificadas de aberrantes e ilegítimas. Quiero decir con esto que lo que fue tenido como contranatural se acepta hoy como lo natural. Las vías oral y anal han entrado a competir con la vía vaginal, por naturaleza consagrada como el escenario propio para que el amor apasionado y el simple deseo carnal tuvieran su culminación.
El proceso de la reproducción humana también ingresó al mundo de las costumbres insólitas. La telefecundación es una realidad: hoy es posible la reproducción sin la presencia de papá y mamá. El científico fecunda el óvulo en el laboratorio y luego trasplanta el embrión en matriz propia o alquilada. Nueve meses después, el acto del nacimiento, que desde los orígenes de la especie humana ocurría a través de la vagina o canal natural del parto, se realiza por vía abdominal, constituyéndose en un “parto contra natura”. Sí, la operación cesárea sentó sus reales, vale decir que es una costumbre impuesta por los ginecobstetras de nuevo cuño y recibida con beneplácito por la sociedad, a punto tal que el nacimiento vaginal es ahora cosa desusada. Razón tenía Píndaro, el poeta lírico griego, al llamar a la costumbre “reina de todo”.
Visto lo anterior, no queda duda de que las costumbres en el ámbito familiar y reproductivo han mutado en medio de la perplejidad de unos y la satisfacción de otros. Una vez que la sociedad les da su bendición, entran a formar parte de las prácticas habituales, sin saberse durante cuánto tiempo van a tener vigencia.
(Lea aquí la columna: 'El cambio de costumbres I')
Fernando Sánchez Torres
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