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El amor igualitario en la constituyente

La unión de parejas del mismo sexo sigue siendo uno de los asuntos urgentes por debatir en el país.

Hace casi un cuarto de siglo, durante el debate de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, hasta donde recuerdo, el tema de la igualdad y reconocimiento de la opción homosexual no fue un debate de interés tal como viene sucediendo de un tiempo para acá y, más aún, por la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos de reconocer como matrimonio la unión de parejas del mismo sexo en todo el país.
En la agenda de asuntos urgentes por debatir, en el morral que cada quien se atrevió a abrir para expresar lo que consideraba de vital importancia que quedara plasmado en el texto de la Constitución, nadie habló del tema ni lo insinuó. Hasta la fecha no se conoce, de las voces constituyentes, cuántos o cuántas tenían preferencias homosexuales. Guardaron silencio.
Del grupo de asesores, públicamente, tampoco nunca se supo sobre preferencias sexuales. Eran tiempos de prejuicios, de bodas para enmascarar, de separaciones y de uniones para aparentar. Marica o ‘marimacho’ eran señalamientos desobligantes, peyorativos. La homosexualidad se tapaba, era tabú.
La mayor aproximación sobre el asunto de la igualdad sexual –por supuesto con marcada oposición de sectores conservadores– se suscitó cuando se abordó el tema de la igualdad de reconocimiento de los efectos del matrimonio civil, los matrimonios religiosos y la unión libre. Los hijos procreados en cualquiera de las condiciones anteriores, a diferencia del pasado, adquirían la condición y reconocimiento de ‘legítimos’, poniendo punto final a la existencia de una categoría excluyente de ‘hijos naturales’. El asunto levantó ampollas y hubo una fuerte discusión dentro de la Asamblea Constituyente.
Debo confesar que sobre el asunto de la homosexualidad, en lo que a este pecho respecta, se circunscribía hasta ese momento a un escrito publicado en la edición de domingo del desaparecido ‘Diario del Caribe’ (“La homosexualidad a calzón quita’o: cinco opiniones desnudan el tema”), lo que me valió el señalamiento en la cafetería de la Universidad del Atlántico del murmullo de haber salido del closet. Las sindicaciones jamás me perturbaron y, por supuesto, tampoco dañaron la amistad con mis profesores amantes de la colección de gafas de Elton John y el pecho atlético de Freddy Mercuri. El bulling (‘perrateo’) de cafetería no logró cambiar mi enfoque sobre la homosexualidad ni tampoco afectó el respeto a mis profesores y amigos gais, ni me hizo cambiar mi opción sexual.
Mucha es el agua que desde entonces ha corrido por debajo de los puentes. Seguramente, amigos y amigas que guardaban con discreción su preferencia sexual, en la fecha, la exhiben con orgullo, debaten con desparpajo el asunto y luchan por ser reconocidos de manera igualitaria. En el propósito, lleno incomprensiones venidas desde esferas estatales de la Procuraduría, también se ha contado con un amplio apoyo de ciudadanías progresistas.
Aferrados al concepto según el cual el catálogo de derechos (individuales y colectivos) taxativamente reconocidos en la letra de la Constitución no significa la negación de otros, han llenado de razones jurídicas y doctrinarias a los esfuerzos que vienen haciendo las comunidades diversas por sus reconocimientos y derechos.
Así pues, la celebración del ‘orgullo’ del pasado domingo 28 de junio llegó acompañada del trascendental paso proferido por el poder de los jueces de los Estados Unidos que obliga a todos los estados asociados a reconocer y legalizar los matrimonios entre cualquier pareja, sea heterosexual, lesbiana, gay, bisexual o transgenerista. La Casa Blanca se vistió de arcoíris, ¿y acá cuándo se reconocerá la igualdad para amar sin tapujos en Colombia?
tikopineda@gmail.com
 HÉCTOR PINEDA
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