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¿Divididos, siempre divididos?

 “Colombia –nos dice Mauricio García Villegas– es un país dividido por la geografía, por la historia y por las ideologías”. Y añade: “Aquí los grandes consensos y los proyectos de sociedad han escaseado tanto como la nieve”.
Comparto por supuesto el noble motivo que mueve a García Villegas. Me uno a su causa: propiciar un clima de concordia frente a la posibilidad de una negociación de paz con la guerrilla. Me pregunto, sin embargo, si la forma más efectiva de lograr tan anhelada atmósfera sea reiterando el gastado estereotipo de un país configurado tan solo por la fragmentación y el vacío histórico de sueños compartidos.
Sus reflexiones merecen atención, además, porque ese sigue siendo el discurso dominante entre influyentes sectores de intelectuales colombianos.
Comencemos por un matiz comparativo: ¿cuántos países en el mundo no han estado divididos por la geografía, la historia y las ideologías? Baste una breve mirada a los ingleses estos últimos días frente a la muerte de Margaret Thatcher. Si se trata de geografía, el sistema fluvial del río Magdalena es un factor de unidad nacional único en Latinoamérica, pero ignorado como tal por la mayoría de los colombianos desde mediados del siglo veinte.
García Villegas lamenta que los colombianos no tengamos una “identidad nacional apoyada en ideales o mitos fundadores”, y señala el contraste con otros países que, tras tristes lecciones de guerra, anclaron “proyectos de sociedad” con sus héroes y mártires: “Nada de eso hemos tenido aquí”.
No es cierto que “nada de eso hayamos tenido aquí”. García Villegas se refiere a procesos que son en buena parte construcciones intelectuales. Por ejemplo, mientras que en Estados Unidos mantienen un culto por los “padres fundadores”, aquí el mundo intelectual decidió destruir cualquier ícono de la independencia. Y a la primera república, a pesar de todo su valor constitucional lleno de ideales, no la bajan de “boba”.
Proyectos y experiencias de unidad nacional no han faltado. Piénsese tan solo en el momento de 1910 y los emprendedores esfuerzos de los Republicanos y el impulso que le dio la Generación del Centenario. Deberíamos estar en capacidad también de apreciar, sin apasionamientos, el enorme valor del momento del Frente Nacional que dio al traste con la dictadura.
Apreciar sus valores (como los de la independencia), en el contexto de la discusión planteada por García Villegas, no significa su apología, mucho menos negar la necesidad del juicio crítico.
García Villegas reconoce la Constitución de 1991 como un importante esfuerzo por crear consensos y valores “de largo aliento”. De acuerdo. Pero la defensa de lo conquistado en 1991 sería mucho más sólida si se la inscribe en una larga tradición nacional por forjar una sociedad libre, justa y democrática. Sin embargo, la tendencia intelectual dominante es hacer sí la apología del momento de 1991 sobre la base de negarle legitimidad y valores al pasado, a todo el pasado.
No me parece, además, necesario “mitificar” momentos fundadores, mucho menos sus héroes y mártires, para identificar el consenso nacional requerido para salir adelante. Hay valores en la tradición iconoclasta de los intelectuales colombianos que es preciso reconocer: nos ha servido, por lo menos, para ahuyentar caudillos y populistas.
Una paz duradera con la guerrilla no se logra, advierte García Villegas, “sin la pacificación previa de nuestros espíritus”. Tal pacificación sería más probable si reconocemos mejor las tradiciones políticas colombianas, en vez de seguir con la cantaleta de identificarnos exclusivamente con una país históricamente dividido, siempre dividido.
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