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Sobre la educación

Eduardo Escobar
A la gente le falta tiempo para educarse por estar aprendiendo mañas en los institutos y las academias. El estado de cosas no me deja mentir. Casi todas las corrupciones sociales, en todo caso las más escandalosas, son obra de lo que suele llamarse la gente bien educada, personajes, personaje y máscara son palabras afines, formados o deformados a veces en universidades de prestigio. El estado del mundo es sintomático del fracaso de una pedagogía, del empobrecimiento de unos valores que se reproducen y se transmiten a través de esas instituciones donde la gente pasa los mejores años de la vida, los que van de la infancia a la juventud. Según afirmó un columnista de este periódico, uno de los hermanos Nule se graduó en una famosa institución bogotana con una tesis sobre la ética en los negocios. Si no hizo un chiste, es una burla para Ripley. Pero así sucede en todas partes.
La especie de los doctores podría catalogarse entre las pestes de la época. Ya no importa tanto la clase de persona que uno ha llegado a ser sino si ha conseguido un título aunque sea trampeando. Hace años circulaba en la red un aviso donde los ofrecían a menosprecio, fechado en California, que da caché.
Un amigo mío entrañable fue invitado a veces a enseñar en universidades bogotanas de mucho copete. El trabajo de su vida visible lo merecía. Y sus vastas lecturas. Pero fue rechazado porque su hoja debida de vida no acreditaba un posgrado, le dijeron. Y ni siquiera un grado. Dijo él. El único diploma que tuvo, dijo, fue el de asistente al congreso mundial de brujería que convocó hace años Simón González. Y se fue. No se sintió humillado. Pero yo lamenté que el país se privara por un formalismo de un autodidacta inteligente, culto y hasta genial, que hizo solo, a solas, al margen de la academia, sus lecturas, profusas y bien aprovechadas.
Siempre pensé que el poeta Amílcar Osorio hubiera sido útil como maestro en alguna parte. Era un erudito en un montón de asuntos. Y tenía una admirable claridad de pensamiento para plantearse problemas. Pero en cambio lo vi deslizarse hacia la vejez con un gesto de altanería que le sentaba, buscando el condumio en agencias de publicidad de medio pelo, anunciando cacharros y aguaschirles, porque las grandes ya comenzaban a preferir publicistas graduados. Mientras tanto, en los periódicos aparecían al mismo tiempo noticias sobre viceministros que mandaron dibujar el cartón de una universidad norteamericana para posesionarse, o sobre profesoras de literatura que copiaban las tesis de sus alumnas para asistir a congresos en Cuernavaca. En el mundo académico como en todos los mundos hoy vale más aparentar más que ser y mentir es de uso corriente.
Entre las personas que conocí, muchas, a estas alturas de la vida, las más interesantes y brillantes, fueron algunos autodidactas que entregaron su vida al conocimiento por el placer de saber, o de dudar, que es el modo más seguro de acceder a la sabiduría más allá del fulgurante mercado de las simulaciones.
Thomas Bernhardt dijo que la educación no es más que una manera de destruir niños… Y le da la razón el estado de este mundo donde los doctores y los másteres y los Ph. D. se han convertido en una peste, en un oneroso amasijo de parásitos enquistados cerca de las suculentas tesorerías poniendo cara de importancia. Antes de pasar a las fiscalías. Mientras muchas personas honestas y de mérito padecen el ostracismo. Fernando González, el inolvidable pensador envigadeño, dijo en una entrevista póstuma que los muchachos nacían muertos, por aquello de las causas finales, pues nacían para estudiar, estudiaban para casarse, se casaban para tener hijos y tenían hijos para morirse. Y el poeta Rimbaud exclamaba que había que inventar el amor y la vida. Habría que empezar por reinventar la educación. La universidad. Y el prekínder. Que es con mucha probabilidad donde comienza el actual desastre espiritual del mundo.
Eduardo Escobar
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