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Por la cultura del encuentro

La paz duradera y sostenible exige un amplio acuerdo nacional, aún ausente.

Eduardo Posada Carbó
“Lo que pasó fue la crónica de un fracaso anunciado”, dijo la revista Semana tras la reunión entre el presidente Santos y su contradictor, el expresidente Uribe, propiciada por el papa Francisco hace pocos días. Ha sido una de las tantas reacciones de escepticismo sobre las resultados de la iniciativa. Solo un “milagro”, se nos sugiere, haría posible un acuerdo alrededor del proceso de paz entre el jefe de Estado y el líder de la oposición.
Comencemos por ‘desparroquializar’ la visita al Vaticano. La cultura del encuentro ha sido una expresión característica del pontificado de Bergoglio. Ha sido marco de referencia para los acercamientos entre Cuba y Estados Unidos, entre kirchneristas y macristas en la Argentina, y entre el Gobierno y la oposición en Venezuela, promovidos por el Papa. Algunos con mejores resultados que otros.
La cultura del encuentro tiene premisas tan elementales, como la observada por el rector de la Universidad Católica Argentina: que cada una de las partes en disputa “se pueda expresar pacíficamente sin ser insultada o condenada, o agredida, o descartada”.
Todo buen cristiano debería ser receptivo al mensaje de Bergoglio. Pero cualquier perspectiva laica de la democracia moderna podría hacer suya la ‘cultura del encuentro’, sin tener que acudir a referencias bíblicas.
George Klosko, en un texto que recomiendo con insistencia, muestra los consensos mínimos que han hecho posible la democracia en el mundo occidental, a pesar de las profundas diferencias entre sus ciudadanos sobre valores sociales ('Democratic procedures and liberal consensus', 2004). Otro texto pertinente es el de John A. Hall, quien advierte los peligros de abandonar las reglas de la civilidad ('The importance of being civil', 2013).
Aquí, desde hace ya algún tiempo, se ha propiciado entre ciertos sectores, por el contrario, la ‘cultura del desencuentro’, hasta convertirla en valor social. Se confunde la oposición con trifulca. Durante la administración Uribe, los encuentros entre el Gobierno y la oposición fueron bastante escasos, como lo han sido durante la administración Santos.
Es en este contexto, de una grave y prolongada crispación nacional, en el que debe apreciarse el encuentro entre Santos y Uribe promovido por el Papa. “La sola convocatoria a la reunión tiene un valor inmenso”, observó Juan Lozano. De acuerdo. Prefiero una definición más minimalista de la paz que la de Lozano. Pero tiene razón al señalar que la paz duradera y sostenible exige un amplio acuerdo nacional, aún ausente.
Algunos sugieren que un acercamiento entre Santos y Uribe sería un imposible. Ni con milagros. Y lo sería, se nos dice, porque estaríamos frente a dos proyectos de país ‘opuestos e incompatibles’. ¿Lo son? ¿Tanto como para impedir encuentros? ¿Y no fue acaso, en su momento, el proyecto de país de las Farc, ese sí, ‘opuesto e incompatible’ con el del Estado colombiano? Si fue posible un acuerdo entre las Farc y el gobierno de Santos, ¿cómo no puede ser posible el acercamiento entre los dos líderes? ¿O entre los del ‘sí’ y los del ‘no’?
Importa, pues, valorar la reunión entre Santos y Uribe propiciada por el papa Francisco, así no hayan llegado a acuerdo alguno. Como lo expresó el editorial de EL TIEMPO, el “simple hecho de cambiar una confrontación a través de micrófonos, trinos y dardos lanzados por terceros por un diálogo franco” es, de por sí, un gran avance. Urge difundir, y ampliar, esta cultura del encuentro, base para consolidar la democracia y la paz duradera.
N. B./ Esta columna reaparecerá, tras dos semanas de descanso, el próximo 13 de enero. Felices fiestas y un próspero año nuevo.
Eduardo Posada Carbó
Eduardo Posada Carbó
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