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Destino, genes y neuronas

¿Existen arquitectos de su propio destino? ¿Viven los persistentes y osados realmente a su manera?

Gustavo Estrada
“Yo fui el arquitecto de mi propio destino”, escribió Amado Nervo, el inspirado poeta mexicano, hace cien años. “Viví, la inmensidad, sin conocer jamás fronteras, y bien, sin descansar, y a mi manera”, plasmó Paul Anka, el cantante y compositor norteamericano, para ‘La Voz’ de Frank Sinatra, hace cincuenta. Muchos hemos repetido, en más de una oportunidad, tan afirmativos y estimulantes mensajes.
¿Existen arquitectos de su propio destino? ¿Viven los persistentes y los osados realmente a su manera? Los triunfalistas dicen que sí. Pero los genes y las neuronas parecen estar en desacuerdo. El ADN, legado de nuestros padres, y la programación de las neuronas, influida por el medio y los medios, sin pedirnos permiso, podrían ser los determinantes tanto de nuestra conducta como de nuestros logros y fracasos. Sobre los genes, nuestro control es nulo. Sobre la programación neuronal, quizás podríamos ejercer algún mando.
El ego redundante es la porción variable, volátil y dañina de nuestro sentido de identidad, que, cuando anda suelto, hace con nosotros lo que le viene en gana. La porción… ¿de qué? Del superconjunto de instrucciones neuronales en nuestro cerebro que, al fin de cuentas, definen todo lo que somos, hacemos y pensamos. El ego redundante se origina en los numerosísimos deseos desordenados y en las incontables aversiones que han sido sembrados en nuestra cabeza por la cultura, desde el momento mismo de nuestro nacimiento.
El doctor David Kessler, excomisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés), ha sido un investigador metódico de la adicción a la comida, al tabaco y al alcohol durante las últimas dos décadas. El doctor Kessler sugiere en su libro más reciente que los mismos mecanismos que nos subyugan a la cuchara, al cigarrillo o a la bebida son también los causantes de las obsesiones que nos esclavizan a creencias, memorias, personas o lugares. Tales obsesiones se posesionan de nuestra atención, alteran nuestra percepción de los hechos y nos hacen perder el control de nuestros pensamientos y acciones.
‘Captura’ (‘Capture’ en inglés, el título del libro mencionado) es la designación que el doctor Kessler utiliza para referirse a este secuestro del cerebro por factores externos, sin mencionar en ningún momento al ego redundante. No obstante, la noción de ego redundante bien podría asimilarse al mecanismo ‘secuestrador’ que ‘captura’ nuestra voluntad y nos deja con limitado control sobre la compleja autoprogramación de nuestras neuronas y, por ende, del ejercicio de la voluntad a través de la razón y el juicio.
Los antiguos eran fatalistas. Según el hinduismo, la primera gran religión, nacemos programados por el karma de las acciones en existencias anteriores; la carga acumulada, agrandada o disminuida por los actos en la vida actual, determina a su vez el futuro de nuestras próximas reencarnaciones. Juguemos un poco con las palabras y ‘conectemos’ hinduismo con ciencia.
Al ADN, trazado por los genes de nuestros antepasados, podríamos equipararlo al karma natural innato; la programación neuronal, moldeada incesantemente por los factores externos, sería el karma cultural adquirido. Nuestro poder para modificar el karma natural es cero. Nuestra influencia sobre el karma cultural, aunque no nula, es limitada. ¿Tendrán razón los hinduistas?
Hay una variedad de métodos —la meditación de atención total es la propuesta que me gusta y practico— que nos permiten sacar provecho de la flexibilidad de nuestras conexiones cerebrales para, hasta cierto punto, ‘ajustar’ el karma cultural. No obstante, sostienen los escépticos del control sobre nuestro destino, el rigor y la perseverancia demandados por el ‘adiestramiento sistemático de la voluntad’ son cualidades hereditarias: si nacimos indisciplinados, careceremos de habilidad para volvernos disciplinados.
Puesto en otras palabras, la arquitectura de los destinos personales y las trayectorias de vida que creemos habernos trazado podrían ser simples resultantes del karma natural (léase genes) y de las codificaciones neuronales (léase influencias culturales) que nos tocaron. Si solo los disciplinados congénitos pueden ser ordenados y rigurosos, pues ellos serán los que se sobreponen a todos los obstáculos. Así que triunfantes y fracasados, por igual, todos vivimos ‘a nuestra manera’… La que nos marcan nuestros genes y nuestras neuronas.
Gustavo Estrada
* Autor de ‘Hacia el Buda desde Occidente’
@gustrada1
Gustavo Estrada
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