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Decir vecino

A mitad de camino entre cliente y amigo, implica un trato más que amable: casi cariñoso.

Fernando Quiroz
El idioma es un ser vivo: no hay duda. Y el nuestro, el castellano, goza de muy buena salud. Con achaques, como todos los que pasan de cierta edad. Y víctima de atropellos: no todos cuidan el cuerpo en el que habitan ni consienten las palabras con las que se comunican.
Pero crece nuestra lengua, se multiplica, se transforma. Hay palabras y expresiones que mueren, que dejan de usarse, que pasan al olvido: pocos hablan ya de la máquina de retratar, por ejemplo, que tanto me gustaba. Y casi nadie habla de anaquel. En cambio, nacen palabras o modifican su sentido, y normalmente deben esperar decenas de años para que la academia las acepte y les dé la bienvenida. Así debe ser: no conviene que se abra de par en par la puerta del español porque tal vez acabaríamos por hablar un idioma muy distinto a la vuelta de unos años. O se perdería el encanto de poder entendernos de manera tan fácil en tantos y tan diversos países que lo cultivamos y que de él nos valemos a diario desde el sur del río Bravo hasta La Patagonia, y en la patria en donde nació, al otro lado del Atlántico.
¿Han notado que desde hace unos pocos años la palabra ‘vecino’ ha escapado a los límites que no le permitían ir más allá de su significado original, el de ser la persona que vive en la casa de al lado o al menos en el mismo barrio?
Quizás parezca intrascendente, pero debo decir que me gustan mucho esos ropajes nuevos con los que se ha vestido la palabra ‘vecino’. Y no solo porque haya ampliado sus fronteras, sino porque ha implicado una actitud más amable, más abierta, más generosa y más dispuesta entre quienes la pronuncian.
Hoy, decir vecino es decir una palabra que está a mitad de camino entre cliente y amigo, e implica un trato más que amable: casi cariñoso. Hay una disposición a sonreír y a ayudar al otro a resolver los problemas cuando se le trata de vecino. Y más aun cuando se le dice ‘veci’, así, recortado, con esa cercanía, con la misma complicidad de quienes se permiten un diminutivo o un sobrenombre afectuoso.
Pensé que se trataba de un tema exclusivamente bogotano, pero he notado que decir vecino y decir ‘veci’ se ha vuelto común en muchas regiones del país. Y lo celebro: no solo por la demostración de estar hablando una lengua que está más viva que nunca, sino por la fascinación de comprobar cómo las palabras nos pueden ayudar a ser mejores personas.
Fernando Quiroz
Fernando Quiroz
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