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La reaparición de dos monstruos

Daniel Samper Pizano
Una de las tragedias nacionales es que la historia nunca acaba de acabar. Cuando uno creía que ciertas perversiones se hallaban en trance de desaparecer del mapa de nuestras angustias, regresan al escenario con una invicta capacidad de reproducción o de insistencia. Los viejos monstruos rara vez mueren en nuestra geografía; solo duermen la siesta. Cualquier día, de manera inesperada, se despiertan y regresan a cometer dolorosos estragos.
Algunos ingenuos pensábamos que había terminado en Colombia la era de las masacres. La matanza de diez campesinos en Santa Rosa de Osos revela que los malhechores siguen sueltos y continúan intimidando y cobrando venganzas. Que ahora los llamen 'bacrim', en conmovedor empeño por desviar la idea de que se trata de cuadrillas de paramilitares, no los excluye del miserable rango de asesinos. Parecía que las matanzas de población civil habían quedado atrás. No es así. El monstruo sigue vivo.
Tampoco la guerrilla ha cesado sus actividades delincuenciales. Hace una semana murieron dos soldados en un campo minado en Nariño, y hace tres, cinco más en un ataque de las Farc en Puerto Asís.
Otro monstruo que reaparece es el de las aventuras capitalistas especulativas. Los abusos de financieras, bancos, agencias de bolsa y aseguradoras sumieron al mundo en una crisis de la que muchos países no logran salir. Se diría que la lección estaba aprendida y que los imprudentes y los codiciosos, atados por las autoridades, carecerían de espacio para moverse. El desastre de Interbolsa demuestra que seguimos expuestos a atropellos, graves errores y nuevos derrumbes. Otra vez, expertos como Rudy Hommes (EL TIEMPO, 9-11-2012) vuelven a pedir lo que suponíamos ya existente: vigilancia y control. ¿Hasta cuándo?
Wíctima de Wenganza
En mi columna pasada resumí la polémica vigente sobre pautas publicitarias e independencia periodística. Entre otros nombres, aparecieron los de Julio Sánchez Cristo, al que algunos defienden y otros critican, y María Elvira Bonilla, quien me escribe para asegurar que no fue despedida de Kien&ke (como dice la presidenta del portal), sino que renunció por discrepancias con ella, tesis que avala el redactor Pacho Escobar.
Ese domingo, dos colegas me llamaron a fin de aconsejarme que me preparara para una revancha de Sánchez Cristo, porque el solo hecho de mencionarlo sería tomado como grave ofensa. Uno me recordó lo que había escrito pocos días antes en estas páginas Mauricio Pombo: "He criticado a Julio Sánchez y sé lo que puede hacer para vengarse". El otro me avisó: "No te la cobrará a ti solo, sino también a familiares tuyos".
Tenían razón. El martes, tras un ponderado diálogo en La W con Alberto Casas sobre la importancia de debatir la financiación de los medios, Sánchez le cedió el micrófono a María Isabel Rueda, que se despachó a gusto contra el autor de Cambalache (eso sí, sin atreverse a nombrarme). Se había cumplido el primer pronóstico. Como ñapa, y cumpliendo el segundo, el programa resucitó el tema del proceso 8.000 y, en forma orquestada, brindó -como lo había hecho una semana antes- eco y tiempo a la patraña lunática de que el expresidente Ernesto Samper (hermano del suscrito) y el exministro Horacio Serpa asesinaron al líder conservador Álvaro Gómez y a 35 personas más y preparan un inminente baño de sangre. La revancha se había consumado.
La columnista conservadora tiene todo el derecho de opinar lo que quiera sobre mí y de decirlo en los cuatro medios desde los cuales dispara cada semana sus perdigones políticos. Lo inaceptable es que sus ataques y la plataforma que le presta Sánchez sean parte de una sentencia dictada entre telones por rozar el nombre del intocable jefe. Luego de esta experiencia, no me extraña que muchos prefieran callar antes que echarse encima al reconocido periodista. Sospecho, naturalmente, que seguiré siendo víctima del matoneo. Esas son, al parecer, sus reglas de juego.
Daniel Samper Pizano
Daniel Samper Pizano
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