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Culto a la enfermedad

Me llama la atención que en cualquier reunión uno de los temas favoritos es el de las enfermedades.

Muy en el fondo tenemos una especie de apego hacia nuestros males. Me llama mucho la atención que en cualquier reunión, uno de los temas favoritos es el de las enfermedades. Nos encanta hablar de ellas y contarles a los demás lo cerca que hemos estado de la muerte; describimos con una minucia morbosa el lento proceso de alguna manchita minúscula que luego se convirtió en una cosa muy grave. Competimos con el otro acerca de quién sufrió una afección peor. Por medio de la interpretación que hacemos de la enfermedad manipulamos, nos victimizamos, en ella nos escondemos, nos evitamos, nos excusamos, mentimos. A nadie le gusta que menosprecien su calidad, porque es uno de los escudos más fuertes para no mirar dentro de nosotros mismos.
¿No será la enfermedad una prueba que nuestro ego quiere esgrimir para demostrar que él es real y no un invento de nuestra mente incorrecta? ¿No será acaso uno de los ídolos de nuestras sociedades que, dentro de la dinámica de su gran persona colectiva e histórica, la refuerzan y hasta la venden por televisión promocionando comidas que envenenan y remedios que envenenan más? Pareciera que para la industria es muy importante mantener a la gente enferma de algo, pues uno de los negocios más lucrativos que existen en el mundo es traficar con medicamentos que la perpetúan para que ese trueque nunca deje de producir dinero.
¿No será el miedo el origen de toda enfermedad? Pues la rabia, la tristeza, el dolor, la ansiedad y todas aquellas emociones que terminan hablando a través de nuestro cuerpo no son sino diferentes nombres para el mismo latente temor. ¿No será su germen esa extraña culpa que siempre nos acompaña y que nunca cuestionamos? Me refiero a esa culpa mítica que no traemos a la conciencia, que camina sola y errática por los vestíbulos oscuros de nuestra mente.
¿No será la enfermedad una extraña percepción de todo un sistema de pensamiento que ocurre antes de que se exprese en nuestros órganos? En ese caso, requeriría mucha valentía y disciplina llegar a la médula de tan compleja transmutación y deshacer siglos de un concepto mal instalado; es más fácil tomarse una pastilla (yo también lo prefiero) y eludir la gran responsabilidad que supondría ser coautores de nuestros padecimientos. A mí misma me da rabia admitir esa posibilidad; es más cómodo que la causa parezca venir de otro lado.
Margarita Rosa de Francisco
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