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Cuando gobierna la incoherencia

La prohibición de armas ultilizando más armas no es la solución a las matanzas.

Una encuesta liderada por Gallup sobre "estructura social" revela que el ascenso social, para el 24 % de los argentinos, se logra por fraude o corrupción; para el 21 %, por herencia familiar; a través de la educación, según el 16 %; y del esfuerzo personal, el 13 %. Tienen razón, describen la realidad. Es que cuanto más “poder” tiene el Estado para “servir a la sociedad”, más discrecionalidad asumen los burócratas que así resultan más susceptibles de ser corrompidos.
Y, en Argentina, el “poder” estatal es tan grande que el “amiguismo” con los funcionarios es el mejor método de ascensión, como muestra la vida fastuosa de los políticos. La opinión pública da lugar a estas incoherencias. Por caso, cinco de cada diez personas creen que el Estado debe cobrar impuestos “a los de mayores ingresos” para derivarlo a los pobres. El problema es que no existen los impuestos “que pagan los de mayores ingresos” porque necesariamente se derivan hacia abajo aumentando precios, bajando salarios, etc.
Pero hablando de incoherencias, lo ocurrido en Roseburg (Oregón), donde murieron diez personas en el último tiroteo masivo en EE. UU., ha vuelto a calentar la discusión sobre el control estatal de armas. A ver. Los portadores y hasta los fabricantes de armas merecen una condena moral, porque solo sirven para destruir. Pero que el gobierno las “controle” implica más poder discrecional a los burócratas que usarán a la policía, o sea, ¡más armas para controlar armas!
Desde el 2000 en EE. UU. ocurrieron 15 sucesos violentos en centros educativos. Un promedio de uno por año, con unas 14 lamentables muertes. Pero 385 personas murieron este 2015 en manos de la policía, según ‘The Washington Post’ con datos conservadores del FBI, ya que muchos tiroteos no se informan. Con esta tendencia, unas 1.000 personas habrán muerto por las balas policiales en todo el año, ¡no 14, sino 1.000! Y hay que sumar los que murieron durante las torturas o golpizas. Entre otros motivos, porque “el gobierno otorga a la policía armas muy avanzadas”.
No sé cuál es la solución para las matanzas, pero la prohibición de armas utilizando más armas es incoherente. Deberíamos empezar por cambiar lo que se enseña en la escuela: que no existen la violencia justa ni sus héroes. No existen los “padres de la patria”, cuando países como Canadá consiguieron la independencia sin matanzas. Ni existió guerra que –coherentemente como es la realidad– no haya empeorado las cosas: la Segunda Guerra Mundial, por caso, mató a 60 millones, destruyó muchísimo, aumentó impuestos, cercenó libertades personales y fortaleció una tiranía peor, la estalinista.
Ni qué hablar de las guerras recientes como la invasión a Irak, que hoy se paga con la existencia del ISIS. No existe la “violencia justa” y “errores” como el bombardeo a un hospital de Médicos sin Fronteras, en Kunduz, Afganistán, en el que murieron 22 inocentes, responde solo a una moral maquiavélica, porque la muerte de un solo inocente es moralmente inadmisible, es homicidio simple.
Los asesinos estudiantiles se suicidaron, evidenciando que tenían problemas psiquiátricos y de adaptación en una sociedad cuyo desarrollo natural y armónico está demasiado interferido por leyes coactivas estatales, como el salario mínimo que impide que se ocupen los que ganarían menos y, en el ámbito de la salud, que complican el acceso natural y rápido de los enfermos.
Alejandro Tagliavini
Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
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