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La violencia en las ciudades

Si este modelo de desarrollo continúa, esta delincuencia común se verá multiplicada por mil.

Muchas son las causas de esta violencia rampante que se ve en todas las calles y en todos los sectores de las ciudades colombianas. La principal, sin duda, es que nadie le teme a la justicia de este Estado.
Comencemos por los de arriba: los llamados delincuentes de cuello blanco, en su mayoría políticos, congresistas, senadores, y ahora jueces, a quienes nadie les cobra lo robado (principio de oportunidad) y pagan sus condenas simbólicas en lujosos batallones, estaciones de policía o en sus propias casas. Esos delincuentes salen todos los días reportados en medios de comunicación una y otra vez, pero no pasa nada. Quiero decir que esos ladrones de cuello blanco, esos que no parecen tener el cuchillo en la mano, ni apretar el gatillo, promueven la otra violencia, la de las calles, y a la postre resultan ser los que apuñalan y asesinan y secuestran y disparan.
Ejemplos como estos se ven todos los días en los noticieros. Ejemplos que dicen claramente que el crimen sí paga, no solo mucha plata sino a corto plazo (características que define el mundo ideal de los mafiosos narcotraficantes: poco esfuerzo y mucha plata en corto tiempo), entonces aparecen los otros delincuentes, los de la calle, los dispuestos a matar por una cadena, por una cicla, por un celular; llenos de rabia, indignados con aquellos delincuentes que roban mucho y no pagan cárcel ni devuelven la plata. Como están llenos de resentimiento social, no es descabellado pensar que para estos asesinos despiadados matar y robar por dinero es parte de una ley de compensación.

¿En qué se parece un criminal de los 20.000 millones robados al erario con un criminal que asesina por robar un carro? En que nunca pagan condenas acordes con sus crímenes.

¿En qué se parece un criminal de los 20.000 millones robados al erario con un criminal que asesina por robar un carro? En que nunca pagan condenas acordes con sus crímenes, la sociedad no los juzga. Ergo se anula de hecho el contrato de convivencia que todos los ciudadanos suscribimos.
Hay, sin embargo, una razón oculta en esa delincuencia de las calles que resulta siendo la verdadera razón de toda esta descomposición. La inequidad social representada en la diferencia de oportunidades que tienen los colombianos según el estrato en el que nacen.
La mala noticia es que si este modelo de desarrollo continúa, más temprano que tarde esta delincuencia común se verá multiplicada por mil; y tendremos una sociedad enferma, condenada y sin remedio: unos ciudadanos guarecidos del hampa en pequeñas fortalezas; otros, tratando de violar esas fortalezas para meterse a saco y arrasar con lo que encuentren. Parecen los ingredientes perfectos para un cuento de Nadine Gordimer, la escritora sudafricana que retrató la degeneración humana durante el apartheid.
Ojo, políticos. Invertir en los seres humanos de Colombia es invertir en el país, es una ganancia segura en la relación costo-beneficio a mediano y largo plazo. No invertir es apoyar todas esas formas de delincuencia existentes; y las que vendrán, que sin duda serán más atroces e innombrables.
Cito a Alisa Zinóvievna, filósofa rusonorteamericana, porque tiene todo que ver: “Cuando usted advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada”.
¿Estamos al borde o estamos condenados?
CRISTIAN VALENCIA
cristianovalencia@gmail.com
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