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Ábrale la puerta al censo

Parece que no todos los ciudadanos tienen claro qué es un censo de población o para qué sirve.

La semana pasada, por el barrio La Soledad de Bogotá, me tocó ver a unos cuántos censistas que bajo un aguacero torrencial iban de casa en casa, de edificio en edificio, para informar el día y la hora del censo presencial. Me los encontraría más tarde en una cafetería, lavados hasta la coronilla, tratando de calentarse un poco con una agüita aromática que atenazaban en sus manos como abrazando un pequeño sol. Me dijeron que aunque el invierno era una dificultad, lo peor de todo eran las personas desconfiadas que los trataban como si pretendieran robarse algo.
–La operación se complica mucho en los estratos más altos –me dijo uno de ellos.
Parece mentira, pero censar a la población de estratos 4, 5 y 6 en Colombia es, quizás, la operación más difícil de un Censo Nacional de Población y Vivienda. En barrios populares es más sencillo, pese a la desconfianza generalizada con los extraños. Pero los avisos parroquiales, los volantes de información y la cantidad de formas que hay para verificar la identidad de los censistas terminan por vencer las lógicas resistencias frente a lo desconocido. En algunos hogares de estratos 4, 5 y 6 ninguna estrategia parece funcionar.
Y si de pura casualidad el censista se enfrenta a un condominio campestre, la dificultad se vuelve un imposible real. Muchas administraciones de esos condominios no quieren permitir el ingreso de los censistas. No les vale información, volanteo, ni la ley escrita en donde se especifica la obligatoriedad de todos los colombianos frente al censo. En muchas porterías de esos condominios está la orden expresa de no permitir la entrada a ningún desconocido, por más chaleco del Dane, escarapela con identificación y todos los mecanismos telefónicos y digitales que existen para comprobar la identidad del censista.

Muchas administraciones de  condominios no quieren permitir el ingreso de censistas. No les vale información, volanteo, ni la ley escrita en donde se especifica la obligatoriedad frente al censo.

A juzgar por lo que me contó ese pequeño grupo de censistas, parece que no todos los ciudadanos tienen claro de qué se trata un censo de población ni para qué sirve. Algunos creen que es un asunto solo para contar pobres. Pero obviamente no es así.
Los países más desarrollados lo han hecho gracias a mediciones reales y confiables de su población. El desarrollo de esos países, que llamamos del primer mundo ha sido posible, en buena medida, gracias a los resultados de un censo. Porque gracias a esos resultados se pueden proyectar coberturas de salud, educación, vías de comunicación, acceso a servicios públicos, parques, hospitales; y las empresas privadas pueden proyectar crecimiento basadas en esos resultados; y las universidades pueden tener un insumo confiable para sus investigaciones sociales, culturales y económicas. Un censo de población es una ganancia por donde se mire.
No abrirle la puerta al censo es un acto que a simple vista parece arrogante, pero si se mira con atención es un acto de ignorancia. Ni siquiera es un tiro en un pie, como dice el dicho popular cuando uno ‘autosabotea’ su propio bienestar; tampoco es un tiro en los dos pies. No abrirle la puerta al censo equivale, en ese argot popular, a un tiro directo al corazón. Incluso al corazón del país.
Por supuesto, cuando los censistas tocaron a mi puerta a final de semana los invité a pasar y les ofrecí café mientras les daba los códigos de diligenciamiento del censo electrónico que hicimos todos los vecinos de donde vivo. ¿Por qué no ser amables con esos chicos que hacen una labor para todos?
Ser amables, entre otras, porque los resultados de este censo serán el mejor aliado del próximo presidente, sea el que sea, para planear toda su estrategia de desarrollo.
CRISTIAN VALENCIA
cristianovalencia@gmail.com
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