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Contra las cuerdas

Uribe falló en su intento de hacer ver el proceso de paz como sinónimo de tolerancia al terrorismo.

Los enemigos de la paz han sufrido una tremenda paliza en las últimas semanas. Las encuestas indican que dos terceras partes de la opinión pública nacional están de acuerdo con que el Gobierno negocie con las Farc y, además de eso, creen que el proceso puede ser exitoso. Claramente, la oposición no logró su objetivo de estigmatizar los diálogos en La Habana.
Mientras Uribe iba por el mundo desacreditando el proceso de paz, la comunidad internacional expresaba, sin ambigüedades, su apoyo a los diálogos. Hizo el oso. Dos ejemplos. Obama nombró como enviado especial a Bernard Aronson, un diplomático curtido que cuenta con la confianza de los republicanos. Y Kofi Annan dijo que cada país tiene que encontrar, autónomamente, el modelo de justicia que le sirva a la paz.
Uribe fracasó en su intento de convencer al país de que el proceso de paz era sinónimo de tolerancia con el terrorismo. El pronóstico de un colapso catastrófico de los logros de la seguridad democrática nunca se dio. La Fuerza Pública no ha dejado de asestar golpes severos a las estructuras narcoterroristas. De hecho, los indicadores de la criminalidad asociada al conflicto están en los niveles más bajos de la historia.
Antes, el terrorismo era la principal angustia de los colombianos. Hoy no figura entre las primeras cinco inquietudes de los ciudadanos. Sin duda, la inseguridad urbana ha subido a los primeros lugares, pero es un tema totalmente diferente. Ante eso, el Centro Democrático, patéticamente, quiere hacernos creer que si nos roban el celular es culpa de las negociaciones de La Habana.
Uribe predicó que como consecuencia del proceso de paz los comandantes de la guerrilla se pasearían impávidos por los pasillos del Congreso mientras que los militares estarían en las cárceles. Mentira. El Presidente de la República ha manifestado, enfáticamente, que no aceptará ninguna justicia transicional que discrimine a los miembros de la Fuerza Pública. En ese asunto también la oposición se equivocó. Ya vimos a Acore apoyando la propuesta de Gaviria.
La oposición quiso convencer al país de que el proceso de paz se ha hecho a espaldas de los militares. Ya la gente sabe que no es así. En la mesa de La Habana se sientan dos símbolos de la Fuerza Pública como son los generales en retiro Jorge Enrique Mora y Óscar Naranjo, además del general activo Javier Flórez. El Gobierno, en un gesto histórico, envió a una comisión de cuatro generales y un almirante de alto rango para sentarse cara a cara con las Farc.
Aprovechando la desconfianza, justificada, que el país les tiene a las Farc, la oposición ha pregonado que a los comandantes de esa organización no se les puede creer nada. La realidad es que, a pesar de algunas situaciones, las Farc han cumplido con el cese unilateral del fuego. Ahora, en un paso gigante para la credibilidad del proceso, han convenido contribuir tanto con información como con miembros de su organización para acelerar el desminado humanitario.
En síntesis, Uribe y la oposición le apostaron al fracaso del proceso y perdieron. Están contra las cuerdas. A quienes nos gusta el deporte de las ‘narices chatas’ sabemos que en esas situaciones el contrincante solo tiene tres opciones. Se hace noquear, bota la toalla o se abraza al contendor. Al país, a la paz y a la propia oposición les convendría la última opción.
Díctum. La escogencia de Juan Carlos Echeverry como presidente de Ecopetrol es un acierto. ¿Quién dijo que para manejar esa empresa hay que saber el orden en que salen los hidrocarburos de la columna de refinación? Ecopetrol necesita un estadista, y él lo es.
Gabriel Silva Luján
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