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Contra la violencia

Solo una reflexión profunda hará posible la reconciliación en un país con un fuerte conflicto racial

Cuando vieron que el hombre que caminaba frente a ellos acomodaba un objeto en su cintura, dos policías neoyorquinos decidieron acercársele para interrogarlo. Sin que mediara palabra entre ellos, el sospechoso los recibió a balazos e hirió gravemente a uno de los dos policías. La noticia puso en guardia a las corporaciones policiacas del país. Los dos sucesos que alimentaban la ansiedad de los cuerpos policiacos eran la memoria del asesinato, en diciembre, de dos agentes por un hombre que antes de suicidarse confesó en las redes sociales que su último deseo era matar policías, y las violentas manifestaciones que ese día habían tenido lugar en gran parte del país por la muerte de Freddie Gray, un hombre negro, desarmado, muerto bajo custodia policiaca.
El número de hombres negros desarmados que han muerto o que han sido salvajemente golpeados por la Policía en Estados Unidos es enorme y se remonta a varios siglos. La gran variante es que en los últimos años algunos de estos enfrentamientos han sido filmados y su exposición en las redes sociales ha sembrado serias dudas sobre la conducta de la Policía y del sistema judicial, que por lo general les otorga a los policías el beneficio de la duda y los absuelve de culpa.
El temor de la Policía es que si se absuelve a los seis policías acusados de haberle causado la muerte a Gray, además de los disturbios callejeros se podría desatar una ola de violencia nacional en su contra, como ya sucedió antes. En los 60 y 70, la consigna de grupos militantes negros como los Panteras Negras, el Ejército Negro de Liberación, y del grupo militante blanco Weathermen, fue matar policías: “El único puerco bueno es un puerco muerto”, decían los líderes de estos movimientos. El llamado tuvo cierta resonancia en varias ciudades, pero a fin de cuentas los mensajeros de la violencia fueron eliminados o exiliados.
Ni la violencia policial, ni la de las multitudes anónimas que destruyen vecindarios, ni la de los guerrilleros iluminados que siguen pensando que por las armas pueden obtener el poder que les niegan las urnas tienen futuro en ningún lugar del mundo. Son muy pocos quienes creen que mediante la violencia pueden obtener resultados favorables. En Estados Unidos, los abusos policiales siguen siendo denunciados por el liderazgo afroamericano, pero nadie aboga por la retribución asesina ni por acciones fuera de la ley.
Al mismo tiempo, los líderes de la comunidad negra, empezando por el presidente Obama, han condenado con energía la violencia colectiva. Llevarse un televisor de un comercio saqueado no es un acto de protesta, es un robo y es un acto criminal que desvirtúa la protesta legítima. Incendiar los negocios del vecindario no es una hazaña, es un acto de vandalismo.
Todos sabemos que la paciencia de la gente que se siente victimizada tiene límites, pero la única forma de mitigar la respuesta violenta es adoptando cambios significativos en la conducta de las corporaciones policiacas en su relación con las comunidades minoritarias.
En este sentido, el caso de la ciudad de Richmond, en California, es esperanzador. En una década, el índice de homicidios llegó a su nivel más bajo en 33 años, debido al esfuerzo del jefe de la Policía y de la comunidad, mayoritariamente formada por minorías, gracias al programa llamado Community Policing, que, al integrar a la Policía dentro de la comunidad, logró cambiar la imagen que los unos tenían de los otros de negativa a positiva.
Pero, aun adoptando este tipo de cambios, el camino a la reconciliación será largo porque exige que la Policía, las comunidades más problematizadas y el país entero reflexionen y se planteen una autocrítica seria; los viejos conflictos no se resuelven de prisa.
Sergio Muñoz Bata
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